ÉL. Oye, nena, al final, no me contestaste a la pregunta que te hice hace ya meses.
ELLA. Dijiste que no querías saber la respuesta.
ÉL. Esas son las típicas cosas que se dicen y no se piensan.
ELLA. Muy característico de tu forma de ser, sí señor. Así que das sentido a las cosas diciendo lo contrario a lo que piensas…
ÉL. No es lo contrario de lo que pienso, sino lo contrario de lo que me atrevo.
ELLA. ¿Cobarde?
ÉL. Cobarde, no. Tímido solamente.
ELLA. A veces confundes la timidez con la falta de agallas. Y te eriges en el imperio de las contradicciones. No hay quien te entienda.
ÉL. Tú me entiendes.
ELLA. Yo te aguanto, no te confundas. Y, mientras tanto, la vida pasa sin esos cambios radicales que necesita mi vida. Quiero romper con los hábitos, quiero salir hasta las tantas, quiero reírme a carcajadas y no con sonrisas de compromiso. Quiero respirar sin que nada ni nadie me quite el aliento.
ÉL. Pues casi te ahogas mientras sueltas toda esa angustia de vivir.
ELLA. No es angustia de vivir. Es hastío y rabia. A veces siento que no formo parte más que de un pequeño resquicio de tu vida.
ÉL. ¿Y qué quieres?
ELLA. Un poco de honestidad por tu parte.
ÉL. No sé qué quieres que sea: decente, razonable, honrado…
ELLA. Quiero que seas casi todo. Pero no lo eres.
ÉL. Muy bien, estupendo. Pero no te has planteado qué es lo que quiero que seas tú.
ELLA. Vale, es cierto. Dime
ÉL. Quiero todas esas cosas que tú quieres. Quiero todo el aire que respiras, quiero romper los moldes contigo. Y respirar de forma profunda, sin límites y sin paredes.
ELLA. ¿De verdad quieres todas esas cosas?
ÉL. De verdad. Bueno, miento en una cosa. No quiero estar encerrado entre cuatro paredes, pero me gustan los exteriores de la ciudad. Para bien o para mal, soy una animal urbano.
ELLA. ¿Y por qué habías dicho antes todas esas cosas?
ÉL. Por lo de antes. Timidez.
ELLA. Bueno, a mí me gusta más el aire del campo, el aire que no se confunde con el humo de las chimeneas. Pero me gusta todo lo que dices.
ÉL. Pues todavía te pierdes lo mejor.
ELLA. ¿Qué?
ÉL. Despertarte todos los días y, cara a cara, decirte: «Buenos días, princesa».
(Entrada perteneciente a la serie Diálogos. La imagen pertenece a una obra de Pires Vieira.)