Cuando empieza a oscurecer, puedes optar entre accionar un interruptor o prender fuego a los corazones. Y que ardan los corazones en sintonía disonante, fulminando lo que se difumina, dando calor a lo que empezaba a enfriarse en los braseros apagados de la rutina. Y, con ese fuego, encender una antorcha que no sirva para iluminar caminos sino para corretear por los bosques silvestres, para descubrir nuevas oscuridades. Y que se cocinen los sentimientos con fuego vivo, con todo el peligro de quemarse. Cuando empieza a oscurecer, llega el tiempo de encontrar los sentidos de los puntos cardinales.
(Imagen de Belle Ballentine)