Paseas entre la calma con la cabeza llena de pájaros y de ideas recurrentes. Intentas plegar los nervios con cuatro respiraciones intensas que solo te han devuelto jadeos y ese peligroso regusto del pánico. Te ves entre una hilera de árboles, con un camino de tierra, con un futuro intensamente desdibujado. No te atreves a mirar hacia atrás, pero no te escudas en supersticiones bíblicas, sino porque quieres mantener el equilibrio. Oyes que las campanas suenan y no sabes dónde ni por qué.
Te imaginas que la vida fuese una canción. Y escuchas el desencanto, el ritmo lento de las bellas canciones de amor.
De repente, el ritmo se acelera. Empiezas a sonreír, a pensar con entusiasmo en tus ciudades favoritas, en los recorridos mágicos de la existencia. Piensas que sería el momento de empezar a reír. A carcajadas.
(Imagen de Fred Bouaine)