Todo empezó sin muchas razones lógicas, pero acabó –al menos así lo recuerdo– con un hombre en el suelo, que intentaba protegerse la cabeza con las manos. No soy muy consciente de todas las patadas que le di, pero sí tengo un recuerdo completo del momento en el que decidí parar. No fue por misericordia y tampoco por cansancio (para los que no son asiduos de los barrios bajos y las malas compañías, es necesario que tengan en cuenta que liarse a golpes es una actividad física agotadora). Simplemente, noté una molestia que era mucho más fuerte que el dolor en las extremidades. Y esa molestia me hizo detenerme.
(Este fragmento pertenece al proyecto en el blog de la novela que estoy escribiendo. Imagen de Juan Jesús Santiesteban)