Ya escribí en alguna ocasión lo dolorosa que me resulta la muerte de los grandes actores que nos ayudaron a vivir en un mundo más amplio que el de la estrecha realidad. Hoy voy a hablar de Robin Williams, un actor al que muchos acusaban con razón de excesivo (se puede ser excesivo de muchas maneras y uno puede preferir unas a otras) con razón. Pero todos estarán de acuerdo en que un actor que ha sido Adrian Cronauer en Good Morning, Vietnam, John Keating en El club de los poetas muertos o a Sean Maguire en El indomable Will Hunting merece, más que respeto, unas cuantas reverencias.
Pero hoy no quiero hablar de sus labores de interpretación, sino de su muerte. Como suele suceder en estos casos, la mayor parte de los medios de comunicación y las redes sociales empezaron a soltar trivialidades sin fin y lugares comunes arquetípicos y prefabricados. Su pasado tortuoso por el alcohol y las drogas, sus curas de rehabilitación, su posible y terrible enfermedad neurológica actual… Por otro lado, saltaron todas las palabras gastadas sobre ese actor que nos había conducido a todos hacia momentos felices, sobre el contraste entre el que lo tiene todo y decide, pese a ello, poner punto final a su historia.
Un servidor, que no puede soportar el género hagiográfico, no puede entender el género biográfico. Las vidas se construyen sobre un cemento que todos ignoran y unos pocos ladrillos a la vista que cada cual coloca como quiere. Por muy bien que esté construida la historia desde fuera, siempre estará incompleta porque no conocemos lo que ocurre por dentro de las personas. Creemos que conocemos a las personas con alguna celebridad porque la cámara nos ha mentido con la ficción de pensar las hemos visto en un primer plano que no es el del espejo en el que cada uno se mira todas las mañanas.
Por si fuera poco, nos permitimos establecer juicios de valor sobre la riqueza y la pobreza o, lo que es peor, sobre las decisiones personales sobre la vida propia. Hablar sobre el suicidio y vincularlo a cada historia conocida desde fuera es una aberración y una incongruencia. ¿Qué sabemos nosotros de los demonios personales de Robin Williams? ¿Qué conocemos de todos los dolores agudos o no que podían aquejar su alma? ¿Qué derecho tenemos a opinar sobre una retirada definitiva?
Las historias personales son, en muchas ocasiones, historias de dolor. El que no haya sentido un dolor insoportable durante algunos tramos de su vida no tiene ni puñetera idea de lo que es la existencia. Y, tras el dolor, acechan los terrores, la ansiedad, la depresión, que son males que puede tener cualquiera.
Lo que ha ocurrido es que con la muerte de Robin Williams todos necesitamos alguna respuesta que nos sirva a nosotros. Y lo que ocurre de verdad es que nos olvidamos de lo más importante: nos olvidamos de las preguntas.
Por un lado, tenemos a esa persona que es como cualquiera de nosotros y, por lo tanto, desconocida.
Por otro, tenemos a esa persona a la que hemos tenido cerca y a la que confundimos con alguien próximo precisamente por eso.
Reconozco, Gelu, me predilección por su actuación como profesor Keating, tan estimulante para los adolescentes como motivadora para todos los profesores que queremos ir un poco más allá.
Tienes toda la razón. Una de las cosas que más odio es cuando en todas las televisiones empiezan a hacer cábalas sobre los motivos, cuando como tú dices, nadie más que la propia persona sabe todo sobre sí mismo, y a veces ni eso.
Muy acertado; muy agradecida.
Buenas noches, Raúl Urbina:
Excelente entrada, que nos hará pensar, y agradecer sus trabajos.
Un gran actor.
No olvidaremos esta escena de El Club de los poetas muertos
Saludos