El otro día hablaba de los profesores. Hoy quiero seguir hablando sobre enseñanza, pero de un modo más breve y (un poco) más técnico.
Quiero hablar de la indefensión aprendida. Y os recomiendo vivamente que veáis el vídeo que encabeza esta entrada para que podáis sacar vuestras propias conclusiones. ¿Ya? Como habéis podido comprobar, es un ejemplo magnífico de lo que se puede hacer con la enseñanza.
Debemos el concepto de indefensión aprendida al gran Martin Seligman. De forma muy breve, podemos afirmar que, por culpa de un estímulo negativo previo, podemos bloquear o disminuir las posibilidades de que un individuo reaccione de forma adecuada o positiva en el futuro. Lo que es lo mismo que decir que podemos «enseñar» a alguien a ser un incapaz, a no poder resolver problemas académicos o de la vida académica o problemas personales.
Desgraciadamente, de forma probablemente involuntaria pero no menos negligente, nuestro sistema educativo está inundado de bloqueos debidos a esa indefensión aprendida. Una de las cosas que más me sorprende de nuestro trabajo como docentes es nuestra escasa preparación académica en temas de psicología y pedagogía. Y, entre ese abanico de carencias, destaco por encima de todas la ausencia de conocimientos sobre cómo poder influir en el cambio de conducta de un individuo. ¿Por qué acudir al castigo (entendido este de forma amplia como una forma «negativa» de modificación de conducta) si se ha demostrado que el refuerzo es mucho más eficaz? La contestación a esta pregunta es sencilla: porque muchos docentes, sobre todo de algunos niveles educativos ignoran que exista tal cosa. Como la ignoran, no la ponen en práctica.
La indefensión aprendida no lleva más que al anquilosamiento, a la frustración y, como ha demostrado la literatura académica, incluso a la depresión. Volvamos a pensar en el vídeo. ¿No es cierto que a todos se nos ocurre una manera de no caer en ese defecto? Se ha hecho sobre una prueba realizada a propósito: pensemos ahora en las pruebas de evaluación que ponemos a nuestros alumnos. ¿Qué esperan los profesores de ellas? ¿Qué buscan, que pretenden? Y la pregunta clave: ¿qué se obtiene realmente con ellas? ¿Sirve de algo, por ejemplo, un examen cuando toda una materia está aprobada? ¿Sirve de algo un examen cuando se ha visto un tema en dos días? ¿Son las calificaciones resultantes un reflejo de algo? ¿De qué son reflejo?
Pensemos. Y busquemos a alumnos que, gracias a las clases y a las pruebas, sean alumnos creativos, abiertos y positivos. Es lo mismo que lo que estamos haciendo… pero al revés.
A los profesores nos faltan muchas cosas. Y, entre las más importantes, está el conocimiento de cuestiones psicológicas básicas. Y, por supuesto, no olvidar ni un solo momento que tratamos con personas.
Cierto que los profesores deberían saber más de estas cosas. Muy curioso e interesante.