Era escéptico, lo reconozco. Pensaba que la vida era un transcurso sin dilaciones ni distracciones. Que no era posible que el mundo se detuviese un segundo para entonar una canción. Que era imposible congelar el tiempo con el movimiento del baile. Me negaba a reconocer que admiraba ese momento robado a la lógica en el que la protagonista abría los brazos hacia el cielo con las notas de una canción.
Ha sido un largo proceso, una conversión callada entre demasiado ruido y escasa armonía. Pero, cuando te encuentras solo y sientes que las canciones se acercan para susurrarte verdades en pequeñas dosis de ficción, sabes que el momento ha llegado. Que toda la realidad juega con las notas de una canción de amor.