ELLA. Felicidades.
ÉL. ¿Por qué?
ELLA. Porque es el día internacional de la felicidad. Uy, parece que he dicho una redundancia.
ÉL. Más bien parece un pleonasmo.
ELLA. ¿Qué?
ÉL. Nada. ¿Y por qué me felicitas en el día de la felicidad? ¿Estás de broma?
ELLA. Te felicito porque todo el mundo se merece felicidad. Y que le feliciten.
ÉL. Me doy por felicitado. Pero, unir el término felicidad a mi persona convierte el pleonasmo en oxímoron. De hecho, cada vez estoy más convencido. La vida puede ser una redundancia, pero a otros les acecha el oxímoron. Y te aseguro que acaba mal. Siempre acaba mal.
ELLA. No sé si se puede alcanzar la felicidad absoluta, que quizás es un horizonte inalcanzable. Pero sí se puede estar medianamente satisfecho con la vida.
ÉL. Se puede, pero no se debe.
ELLA. Busca un motivo para que se pueda.
ÉL. Ayúdame un poco, que a mí no se me ocurre.
ELLA. ¿Y si te dijese que no puedo concebir la vida sin ti?
ÉL. Vaya, no está nada mal. Me doy por feliz y por felicitado. ¿Sabes una cosa?
ELLA. ¿Qué?
ÉL. A mí me pasa lo mismo.
ELLA. Recuérdamelo en mis días de insomnio y en mis noches de vigilia, en mis momentos de oxímoron.
(Entrada perteneciente a la serie Diálogos. Imagen de Romain Ballez.)