Un día, decidí volverme loco durante cinco minutos. Fue difícil. La razón es fuerte y la rutina poderosa. Conseguido el objetivo, me propuse extender mi locura a un día completo. Entrelazado con cierta dosis de angustia, obtuve también descargas de fuerte liberación. Lo intenté durante una semana. Poco a poco, fui olvidando mi sentido del ridículo, mis miedos a gritar fuertemente, mis deseos recelos hacia lo desconocido. El reto llega ahora. Conseguir volverme loco el resto de mi existencia. Vivir en la dulce sensación de no ser lo que de mí se esperaba. Vivir traspasando la realidad esperada para alcanzar el quicio de los sueños.
(Imagen de Sascha Kohlmann.)