ELLA. ¿Te das cuenta de hasta dónde llegas?
ÉL. Sí, claro que me doy cuenta. Llego sin ponerme de puntillas al armario de la cocina para coger las galletas.
ELLA. No, te hablo en serio. Nada de tonterías. ¿Te has dado cuenta de que en tu vida no hay personas?
ÉL. Claro que las hay.
ELLA. No, no las hay. El otro día se te ocurre escribir sobre la felicidad y no hablabas de ninguna persona, todo hacía referencia a cosas tuyas, experiencias individuales, sentimientos. En tus fotos no hay gente, en tus relatos no hay vida que no sea la propia, rehúyes el trato con los demás. ¿Hasta dónde te va a llevar esto?
ÉL. ¿Quieres decir que las personas no me importan? ¿Es eso lo que quieres decir?
ELLA. No entiendes nada. Nadie te dice que no te importen. Lo que te digo es que pasas de tus relaciones personales, de convivir, de estar con la gente. De disfrutar de algo que no seas solo tú, tu soledad y tus majaderías.
ÉL. Pues mira, no lo había pensado. Seré un anacoreta. Un sociópata. Elige.
ELLA. Ya estamos con tus chuminadas. Nadie dice que tengas una incapacidad para empatizar con los demás, como los sociópatas. Lo que tienes es pasotismo hacia las relaciones humanas.
ÉL. Peor me lo pones. En el caso de los sociópatas, al menos tiene justificación. Lo mío parece no tenerla.
ELLA. Si lo sé no te digo nada. No se puede hablar contigo.
ÉL. No, si te lo agradezco. No me había dado cuenta, en serio. Y me parece que tienes razón. De hecho, recuerdo una anécdota curiosa. Hace muchísimos años, una amiga me dio una fotocopia de «En la plaza», el poema de Alexandre. Me lo digo y dijo: «Toma, ahí tienes, piénsalo».
ELLA. Y es que no se trata de que no seas sociable, sino de que no quieres serlo. Que lo desprecias.
ÉL. Vale, lo voy a pensar. Le doy unas vueltas cuando esté nadando en la piscina. O cuando esté subido en una columna
ELLA. Eres más tonto y no naces.
(Entrada perteneciente a la serie Diálogos. La imagen es de Manu.)