El turista se reafirma en cada viaje. Naturalmente, en un viaje a Londres el turista tenía varios lugares que visitar y uno de ellos era, por supuesto, Abbey Road. Al turista le da igual que ese paso de peatones ahora esté unos metros más allá del original. También le da igual tener que hacer cola para tener que cruzar por ese paso de peatones y que los coches, sin duda ya acostumbrados, tengan que esperar pacientemente a que se inmortalice el momento.
El turista no es un viajero y, aunque no necesariamente siga todas las rutinas de los que visitan una ciudad, piensa que no tiene por qué renunciar a todo aquello que le apetezca hacer y que quizá nunca pueda volver a repetir. En este sentido, piensa que los viajeros son una cosa y los turistas otra, pero que no son compartimentos estancos. En todo caso, el turista decide que, si un viajero no quiere hacerse una foto cruzando el paso de cebra de Abbey Road, allá él y sus elecciones.
Por un momento, el turista se siente invadido del espíritu de esa portada de disco que tanto le gusta. El resto son cavilaciones.
(Esta entrada pertenece a la serie Diario de un turista.)