Cada vez que ocurre es peor: van, poco a poco, muriendo los grandes del cine clásico. Quedan muy pocos. En unos días, se nos han ido Eleanor Parker, Peter O’Toole (este es un poco posterior) y Joan Fontaine. Me cuesta asumirlo y admitirlo. Soportar tanta perdida. Pero no puedo perdonar a la vida –o a la muerte– lo que nos ha hecho. Sobre todo contigo, Joan Fontaine. Dirán que quedan tus películas, es cierto. Que podremos seguir viendo esa sonrisa entremezclada con la timidez o la seducción encubierta. Tendrán razón.
Pero yo sigo deseando que mis sueños lo sean de carne y hueso. Además de Sospecha, una película tan inteligente como mal rematada, te adoré siempre como «la otra» señora de Winter en Rebeca. Es complicado luchar contra los fantasmas y las realidades entreveladas. Apocada, timorata, siempre dubitativa.
Pero te admiré como actriz casi hasta extremos del delirio en Carta de una desconocida. Con ese amor sobresaliente, admirativo. Contando la verdad en el último segundo. Desde el último segundo.
Prometo no abandonarte nunca, Joan Fontaine. Seguirás en mis sueños lo mismo que tus compañeros de ficción estuvieron en tus pesadillas. Vasos de leche, muertes y desgarros, sinvergüenzas con chaqué. Yo te admiro como aquella actriz que supo sonreír a medias, mejor que ninguna.
Eternamente jóvenes y bellas, con esa aura borrosa en los primeros planos, que las convertían en unas diosas 🙂
Es cierto, todo tiene su recorrido. Y lo cierto es que nos detenemos en el rostro de Joan Fontaine de los años cuarenta. En este sentido, el tiempo no pasa: perdura.
¡Cuánta razón tienes! Precisamente cuando hace unos días supe lo de Eleanor Parker me acordé de nuestra conversación de hace no tanto, y pensé, mira, ya es casualidad. Pero no, es simplemente que nos hacemos mayores, y nuestros clásicos de la infancia (y adolescencia en algunos casos) también avanzan su recorrido vital…