Era muy pequeño cuando empezaba a jugar con el Exin Castillos. Se limitaba a apilar piezas de dos, una sobre otra, sin ningún propósito ni sentido de la armonía. Su hermano, de forma paciente, le fue enseñando a unir las piezas de forma entrelazada. Luego amplió sus conocimientos en el difícil intento de construir ventanas –anchas y estrechas–, puertas –prediseñadas y personalizadas–. Después, llegaron las torres, con sus difíciles formas curvas. Y los acabados ornamentales. Aunque parezca contradictorio, lo último que le enseñó fue a construir plantillas, que se calzaban desde abajo y luego se quitaban cuidadosamente para ponerlas encima. Los castillos eran cada vez más grandes, cada vez más complejos. O más sencillos pero mejor pensados. Y fue necesario, navidad tras navidad, encargar más cajas para construir castillos.
Su hermano murió, de forma inesperada, traumática. Él siguió construyendo castillos hasta que pensó que había crecido lo suficiente. Hoy, hurgando en los entresijos de su vida y de los juguetes familiares, se ha topado de nuevo con el Exin Castillos. Ha desplegado sus piezas por el suelo y ha podido comprobar el tiempo, que ha pasado de forma diferente por cada pieza, por cada versión, por cada color. Se ha puesto a entrelazar piezas y luego ha seguido con las ventanas. Anchas y estrechas. No estaba solo. Con el Exin Castillos.
(Imagen de Merche Pérez.)