No, no he abandonado mi novela. Pero, como no podía ser de otra manera, un obstáculo en forma de pedrusco de los gordos se ha interpuesto en mi camino. El pedrusco en cuestión ha tomado forma de problema narrativo. Este problema ha procedido de mezclar la perseverancia con la poca cautela. Obsesionado como estaba por avanzar en la historia de los protagonistas, fui avanzando por ese camino pero, en un momento determinado, no me di cuenta de que estaba narrando en pasado y que, de repente, sin ser consciente de ello, me había puesto a narrar lo mismo en presente. Esto, unido a un problema de perspectiva, me había llevado a un callejón sin salida.
Solo quedaban, en principio, dos opciones: aclimatar y ajustar lo contado al presente o traspasarlo al pasado. Ninguna de las dos soluciones me agradaba: lo contado en presente no me agradaba para ponerlo como pasado y de ninguna manera quería traer todo al presente. No es un capricho: de alguna manera, de forma inconsciente, todo estaba puesto en el sitio en el que que quería que estuviera, pero esto me llevaba a una incoherencia. La novela, tal y como está concebida, no me permitía ningún giro de superposición de planos temporales.
Es decir, no sabía si tirar todo a la basura. Me negaba a empezar de nuevo y renegaba de hacer labor de fontanería avanzada. Pero, mira tú por dónde, ayer, dando un paseo mientras iba a una conferencia sobre el Greco, se me ocurrió una idea, que fue creciendo a medida en la que vi un cuadro que yo hasta entonces desconocía de este pintor. Y así, sin pretenderlo, salió el que creo que no solo será un remedio, sino algo más: una buena idea.
(La imagen pertenece al cuadro La visitación, de El Greco.)
Ánimo. Ya sabes que aquí tienes un lector que la espera.
La cosa sigue, Samuel. Lenta, pero sigue.
Me preguntó qué fue de ella.