Me encanta empezar. La vida del profesor es una especie de eterno retorno, un bucle en el que, de semestre en semestre, las cosas empiezan y acaban. Llevo ya muchos años en la enseñanza (más de la mitad de mi vida) y todavía no me he cansado de empezar.
Siento un cariño especial por el inicio de las clases universitarias con los alumnos de primero. Llegan a un mundo nuevo, a veces saliendo por primera vez de su ciudad, siempre con un cambio brutal de perspectivas. Y me los encuentro ahí, año tras año, con esas caras de medio, de indefinición, de duda. Caras tímidas y caras sonrientes. Con la vocación clara o a medio hacer. Con ilusión respecto a lo que puede ser el resto de su futuro.
En el caso concreto del Grado de Comunicación Audiovisual, son cerca de cien personas con intereses muy distintos. Unos, atraídos por la novedad y la moda de lo audiovisual; otros, encandilados por el mundo de la ficción, del cine y de la fotografía; otros, aspirantes a profesiones cercanas al periodismo. Es una mezcla heterogénea y, por lo tanto, fructífera porque, en cualquier caso, son alumnos con grandes inquietudes. Y los profesores deberíamos responder a esas inquietudes con entusiasmo. Porque nosotros volvemos a empezar, pero ellos lo hacen por primera vez.
Por eso, me encanta empezar. Como si nada hubiese ocurrido. Como si toda nuestra vida estuviera (todavía) por construir. Es la mejor manera de descubrir que, tras la rutina, todos estamos vivos.
(Imagen de Mathieu Bertrand Struck.)
Parece un buen motivo para hacerse docente 🙂