Entre las brisa y las sombras – Fragmentos #40

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David ha llegado pronto a la piscina. Ha salido del vestuario con el bañador puesto, la toalla colgada del hombro derecho y la bolsa de deporte en la mano derecha. David ha conseguido una silla, la ha colocado en un lugar de sombra y se ha sentado plácidamente. A David le gusta sentarse así, distrayéndose con los retazos de las conversaciones ajenas de la gente próxima y mirando a la piscina: contemplar la decisión del que se tira de cabeza sin probar el agua, del que empieza a nadar decidido y no dura ni cuatro brazadas, del parsimonioso que, a paso de tortuga, va ocupando los largos con minutos demorados.

Hoy hay muy pocas personas dentro del agua: la noche ha sido fría. David contempla a esos cuatro o cinco bañistas y se siente, de algún modo, observador privilegiado de sus realidades desde esa realidad externa que es el césped. Después de unos segundos, David contempla con interés el nado de dos chicas, que van exactamente a la misma velocidad, una al lado de la otra, avanzando en brazadas de crowl acompasadas con una perfección extraña. David piensa que no es posible tal sintonía, tal sincronía. Pasmado, sigue observando sus movimientos, el avance rápido y limpio de ambas en el agua. Toda una sensación de armonía le inunda. Pero, al poco tiempo, David descubre un pequeño desajuste. La nadadora de la izquierda ha demorado su salida del agua una centésima de segundo y, poco a poco, David descubre la realidad: una de las nadadoras sigue, casi exactamente, los avances y los gestos de la otra.

David ha abierto la cremallera de la bolsa de deportes, ha sacado su libro de bolsillo y se ha puesto a leer, entre la brisa y las sombras.

(Imagen de Álex Carvalho. Esta entrada pertenece a la serie Fragmentos para una teoría del caos.)

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