ELLA. Vale, tú pones la letra. Se te da mejor.
ÉL. De acuerdo, tú le pones la música. Mira que no saber que sabías solfeo…
ELLA. ¡Por fin hemos encontrado un proyecto para hacer juntos! No me lo puedo creer…
ÉL. Pues mira, cuando crees que ya no te quedaba margen para la sorpresa, le voy a poner letra a nuestra canción.
ELLA. ¿Es inspiración?
ÉL. No, es constancia. Es tenerte más cerca en mi corazón que en en el sistema métrico. Es sentir un cuerpo machacado por el fracaso y recuperado por las ilusiones. Sí, puede que eso sea la inspiración.
ELLA. ¿Y qué hacemos primero, la letra o la música?
ÉL. Si todo va como yo quiero, saldrá todo a la vez. La letra se hace con palabras, la música con notas. Todo sale de la armonía.
ELLA. Me has dicho mil veces que no existe la armonía, que el orden cósmico se lo inventó el que no conocía los principios de la termodinámica.
ÉL. Sí, pero resulta que soy de hacer letras. Y no sé nada de termodinámica.
ELLA. Y nuestro diálogo no va a ser una suma de monólogos.
ÉL. Ahora va a ser tú la que diga la palabra sintonía. Es la forma de dejar la tragedia para dar paso a la (in)transcendencia.
ELLA. No lo fastidies ahora con tus palabras.
ÉL. ¿No quedábamos en que yo me encargaba de la letra?
ELLA. Sí, pero de la música me encargo yo.
(Imagen de Tarun Kumar. Entrada perteneciente a la serie Diálogos.)