Sonia está sentada, acumulando horas de trabajo y cansancio delante de su portátil. Cada poco tiempo, se inclina hacia atrás, estira un poco la espalda y mira a la calle, llena de primavera, de luz y de vida. Sonia, cuando mira por la ventana, siente que la vida se encuentra un poco más allá de lo que hace, de todo el trabajo que le espera y que se le amontona: al alcance de la mano pero, ahora mismo, inalcanzable.
Sonia tiene un plazo de diez días para acabar un trabajo amontonado de folios, pesquisas e ilusiones. Todo lo realizado a lo largo de los años se junta ahí, en un espacio delimitado y un tiempo que aparece cerca en el calendario. Lejos de suponer un alivio, esa cercanía genera una sensación de hartazgo en Sonia. En ocasiones, se siente tentada de levantarse, de sublevarse, de mandarlo todo a la mierda. Sonia piensa que su espíritu es volátil, pero ella misma, en su fuero interno, sabe que su trabajo es, más que una necesidad, una muestra de su talento, de una perseverancia que creía no tener.
Superando ese momento que enfoca hacia los árboles y los coches una vista que siente cada día más cansada, Sonia suspira, arrima la silla y, de forma atenta, mira la pantalla y remata de forma cuidadosamente apresurada, un avance más hacia lo que ella creía que era la nada.
(Imagen de Ivana Vasilj. Esta entrada pertenece a la serie Fragmentos para una teoría del caos.)
Me siento muy identificada con esta entrada. Excepto por lo de los 10 días, esa podría ser yo ahora mismo…
Besos!