Hay días en los que tienes que parar y decir basta. Días en los que tienes que ver tu lista de tareas y establecer prioridades, urgencias. Hay días en que tienes que obligarte a disfrutar, aunque sea levemente, de los rayos del sol. Aunque lo hagas corriendo y el disfrute venga de la respiración entrecortada, del sudor y del esfuerzo en un contexto cálido que te permite salir a hacer ejercicio sin ataduras.
Hay días en los que tienes que decir es fin de semana y necesitas urgentemente dedicar unas horas a la ficción, a la lectura y a lo que te da la real y santa gana. Días en los que trabajas pero en dosis prudentes y no atenazantes. En los que incluyes, dentro de tus tareas, hacer unas alcachofas con jamón, mirar el techo que necesita ya una nueva capa de pintura y escuchar algunas de tus canciones favoritas.
Hay días en los que necesitas ser intrascendente, inconsecuente e inconstante. Días en los que lo mismo te dé 8 que 80, en los que te muestres indiferente hacia todo lo que parece importante.
Días de fin de semana auténtico. Aunque hayas dejado en el tintero cosas por realizar. Y fueran de las que más te gustan.
(Imagen de Joël-Evelyn François.)