ELLA. ¿Qué pasa? ¿Hemos vuelto al período de tus silencios?
ÉL. No, qué va. Es que no sé qué decir.
ELLA. Te metes en tu mundo, te aíslas, no dices nada. Tú me dirás si es normal.
ÉL. Todavía no he llegado a descifrar el sentido de la palabra normal.
ELLA. Pues pregunta a cualquiera que te encuentras por la calle. Seguro que te lo explica perfectamente.
ÉL. No te digo que no.
ELLA. Si estás preocupado, me lo dices. Si estás enfadado, dímelo.
ÉL. No estoy enfadado ni preocupado, solo estoy triste, de bajón.
ELLA. ¿Por qué?
ÉL. Porque te metes en tu mundo, porque te aíslas y no dices nada. Porque no sé si estás preocupada o si estás enfadada. Porque estás triste. Y porque no sé lo que significa la palabra normal.
(Imagen de Marcel Leitner. Entrada perteneciente a la serie Diálogos.)
El autodiálogo existe, en muchos casos, más que el diálogo. A mí las entradas de esta serie me encantan 🙂
El mundo es cíclico… y ÉL se empecina en demostrarlo. ¿Acaso no hace sino asumirlo de forma rabiosa?
Cuanto más exploro en esta serie, más me doy cuenta de lo difícil que son las interacciones humanas. Y me he llegado a preguntar: ¿Existe, de verdad, el diálogo?
El maldito pez que se muerde la cola… ¿No está ya empachado?
le pagó con la misma moneda
bicos,