Nos creímos que todos los días eran jornadas de verano, con un agua casi tibia a la altura de nuestros corazones, dispuestos a la zambullida. Estuvimos convencidos de que la playa tendría arena infinita para construir todos los castillos, de que el agua no entraría por sus cimientos. Estábamos seguros de que el sol de mediodía nos trataría con tanta dulzura como luz de los atardeceres. Degustamos con plácida serenidad el cono de helado, siempre de dos sabores, en la indiferencia de los días interminables.
Ahora, cuando la lluvia regatea en ráfagas. Ahora, cuando el viento es una bocanada de frío. Ahora, cuando anochece temprano… Ahora nos damos cuenta de que, en este mundo, todos los días de verano son días de espejismo.
(La foto pertenece a mi galería de Flickr.)
y ahora hay veces que el frío es tanto
que se nos congela el corazón.
biquiños,
Una gran metáfora