Alfonso ha vuelto a su ciudad después de tres años de ausencia. Se marchó de forma drástica y contundente un día de septiembre sin dejar pasar siquiera un período de duelo. Víctima de su dolor, Alfonso decidió liarse la manta a la cabeza y, a sus 54 años, dejarlo todo atrás. Alfonso no es una persona que dé excesiva importancia a los símbolos y a las fechas emblemáticas, pero hoy ha cogido el coche del garaje y ha recorrido los 405 kilómetros que le separaban de la ciudad en la que nació, en la que creció y en la que creía que viviría para siempre.
Se ha sentido desorientado al llegar a las afueras, debido a una red de circunvalaciones desconocidas para él. No obstante, Alfonso ha llegado al cementerio relativamente pronto. Ha recorrido la calle central, dejando la capilla a su derecha. La sensación ha sido extraña: en todo el camposanto no se ha cruzado más que con una anciana que intentaba raspar el musgo de una lápida y con una madre con su hija, de unos cinco años, que animaba el contraste del tiempo y del ambiente con un precioso paraguas de colores. El amarillo, azul y blanco ha teñido, por un momento, la mente gris y obnubilada de Alfonso.
Alfonso ha intentado buscar la calle donde se encuentra el nicho de María, pero todos sus esfuerzos han sido en vano. La certeza inicial se ha ido convirtiendo en una vacilación y la vacilación, ha dado paso al titubeo y a la inseguridad. Alfonso se ha encontrado andando pausadamente hacia ninguna parte hasta que ha decidido parar. Se ha sentado en un banco de piedra, frío y mojado. Ha levantado la cabeza hacia el cielo gris y la lluvia ha llegado, liberada del pequeño reborde del sombrerito que Alfonso tiene para protegerse del agua. Alfonso ha mirado hacia delante y su mirada se ha encontrado casi de frente con una lápida vieja y casi rota, en la que el desgaste del tiempo y del descuido impide casi adivinar cualquier dato que no fuese el año de 1922 y un nombre, del que Alfonso desconoce absolutamente todo. Alfonso se ha acercado y ha recogido una flor roja, caída en el suelo. La ha puesto sobre la piedra con decidida calma. Y ha tomado el camino de salida para no volver nunca más.
(Esta entrada forma parte de la serie Fragmentos para una teoría del caos. Imagen de Alessandro Prada)
La lluvia, el paraguas y el rojo de la flor suponen el sustento de la antítesis del relato, en efecto.
esta entrada produce mucha tristeza porque la sentí real. la foto me gustó mucho. bicos.
Me gusta sobre todo el detalle de la lluvia. Besos