Ahora que todos hemos estado pegados al sillón juzgando algo desde muy lejos. Ahora que hemos valorado el esfuerzo de años en función de un número de cosas redondas de diferentes valores. Ahora que hemos envidiado el escalafón de otros, que nos hemos reído del propio, que nos hemos enorgullecido o compadecido de «nuestro» estado de cosas, me apetece escribir unas líneas sobre el deporte.
No engañemos a la gente: es mejor ganar que perder. No extraviemos el norte: es mejor llegar que quedarse. No perdamos la perspectiva: es mejor empezar que no haber tenido la voluntad de plantearse un principio. Por eso, el éxito en el deporte, a veces, pasa por los triunfos entre/sobre los demás pero, en la mayoría de ocasiones, el éxito no es más que la competición contra uno mismo. Lo que para un deportista es un fracaso, para otro es un éxito rotundo.
Desde un sillón, se ven las cosas divinamente. No te cansas más allá de los nervios de que ganen «los tuyos» (en estos Juegos de Londres, han sido, sobre todo, «las tuyas»). Juzgas con severidad el esfuerzo ajeno y te permites valorarlo en términos absolutos. No has visto las condiciones en las que entrenan muchos de nuestros deportistas. No has pasado por la lesión que te duele cada vez que te calzas unas zapatillas. No has sufrido la monotonía de dar una vuelta más cuando ya no te quedan ganas ni fuerzas.
Por eso, me apetece decir cuatro cosas hoy: que el deporte se vive desde el sudor propio, desde el ejemplo de perseverancia que supone hacerlo cuando vas bien y cuando vas mal, cuando duele y cuando disfrutas, cuando hace un sol de justicia o cuando hace un frío del carajo. ¿Ganar? Estrictamente hablando, gana uno. Pero millones de deportistas son vencedores de su competición personal contra sí mismos.
Por eso, conviene recordar las imágenes de la competición de maratón en los juegos de Los Angeles 84. Era la primera vez que se disputaban los 42 kilómetros y 195 metros en la modalidad femenina. Los que ya peinamos alguna que otra cana, no recordamos el nombre de la ganadora de la prueba, pero sí el de Gabriela Andersen-Schiess, una atleta suiza que conmovió al mundo: entró al estadio olímpico totalmente exhausta, desprovista de la más mínima coordinación, tambaleante. Su estado era tan preocupante que había decenas de asistentes aconsejando su retirada para poder asistirla (justo hasta esa carrera, la asistencia médica a un corredor durante la misma suponía la descalificación). Ella se negó rotundamente y logró, a duras penas, cruzar la meta. El que vea las imágenes y se atreva a hablar de derrotas y victorias contadas en medallas no tiene ni idea de lo que es el deporte. Ni la vida.
Les das a los deportistas el lugar que se merecen, si señor.
Todos los deportes son muy muy duros y para mí hacer deporte, y más dedicarse por compelto a él, tiene un mérito indescriptible.
Me quito el sombrero.
biquiños.