Se me ocurrió la idea de narrar la historia –primero individual, relacionada después– de un conjunto de gente que asiste a una celebración, pero Soledad Puértolas tuvo la idea hace ya casi quince años. Luego le di vueltas a una idea genial: un libro que contase los avatares de mi infancia desde el álbum de fotografías familiar, un libro que relacionase desde una voz narradora los acontecimientos vitales. Pero Julio Llamazares escribió ya un libro sobre eso, hace ya mucho. Y luego pensé hablar de las casas en las que he vivido y resulta que Paul Auster lo acaba de hacer en Diario de invierno.
Parece que mi imaginación no es imaginativa. O, lo más probable, que me imaginación sea la memoria de lo que leí y el engaño de invertir el orden de los factores pensando en que el producto aritmético es equivalente a la producción literaria. No sé. Pero estar tres ideas eran buenas. La primera la voy a descartar, aunque tenga que dejaros con la intriga de la conversación que tuve con un almirante. La segunda es una invención que proyecto de forma inversa: no veo una foto y luego la cuento, sino que me invento la foto que nunca existió para demostrar que, en este caso sí, el mundo de la imaginación puede ser fácilmente creíble.
Mi empeño, por lo tanto, será insistir en la idea de las casas en las que he vivido por una sencilla razón, que todavía no sé cuál es, pero algún día descubriré. Se me ocurre una idea, pero tendréis que esperar a que os la cuente.
(Ya sabéis que, últimamente, estoy muy perezoso y el tirón del día a día me estrangula la vena creativa. Y la imagen es de Brandy.)
Aunque tarde, te copio un texto de Umberto Eco en «Apostillas a El nombre de la rosa.»
Más que nada por si te da una pista…
«Me puse a leer, o a releer, a los cronistas medievales, para asimilar su ritmo, su candor. Hablarían por mí y yo quedaría libre de sospechas. Libre de sospechas, pero no de los ecos de la intertextualidad. Así volví a descubrir lo que los escritores siempre han sabido (y que tantas veces nos han dicho): los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado. Lo sabía Homero, lo sabía Ariosto, para no hablar de Rabelais o de Cervantes. De modo que mi historia sólo podía comenzar por el manuscrito reencontrado, y también ella sería una cita (naturalmente). Así escribí de inmediato la introducción, situando mi narración en un cuarto nivel de inclusión, en el seno de otras tres narraciones: yo digo que Vallet decía que Mabillon había dicho que Adso dijo…
le voy a dar una vuelta de tuerca a lo que comenta SAmuel y lo que dijo André Guide; yo siempre digo que está todo inventado pero que todavía existen formas diferentes de contarlo porque cada persona es un mundo y ese mundo influye en la manera de transmitirlo a los demás.
por ejemplo, hace unos días que terminé de leer «La delicadeza» de DAvid Foenkinos. La historia es una de tantas historias románticas: chica conoce chico… pero la forma en que está escrito te atrapa desde la primera línea (en mi caso… personas habrá a las que este libro no les guste)… y cuando te encuentras con un libro, con un cuadro, con una peli, con algo que de verdad te toca, es fantástico.
yo no escribo por el afán de hacer algo nuevo… no… sólo quiero transmitir emociones, que alguien después de leerme se sienta mejor, más alegre, o más triste, o más sensible…
y tú sabes transmitir (al menos para mí) aunque hables de que estás perezoso…
biquiños,
Sé que esto a veces pasa, y jode. Todavía no tengo claro si saber estas cosas es bueno (y por tanto descartar o modificar lo que se va a crear de forma que no se asemeje tanto) o si es mejor no leer, ni culturizarse ni nada para no enterarse de que ya hay creadas obras similares (ergo coartarse a crear). De todas formas, como alguien dijo (André Guide, dice google) «Todo ya está dicho, pero como nadie escucha hay que decirlo una y otra vez.». Así que, ¿por qué no?