Y las vidas tienden a caer al vacío como las pinzas cuando se nos escapan de las manos camino del tendedero. Con el objetivo claro y preciso de atrapar un trapo frustrado por nuestra precipitación, por nuestra dejadez, por nuestro tener la cabeza en otra parte. Al final, las pinzas acaban en el suelo del patio con extraños compañeros de lecho: chicles duros por las duras madrugadas, calcetines que decidieron probar suerte siendo impares, pelusas y migas que sobraban.
Y las vidas, como las pinzas, permanecen quietas durante unos segundos, después del rebote en el suelo. Con el consuelo de no haber muerto en el intento. Con la con(s)ciencia de que jamás volverán a sujetar el mundo. Nuestro mundo.
(La foto pertenece a mi galería de Flickr.)
Lo cierto es que la vida ya no se nos sostiene ni con pinzas. Es una de tus mejores entradas recientes: en texto e imagen.