Hace dos días, como todos los jueves, Álvaro salía con su patinete para ir a entrenar con su equipo de baloncesto. Salía de casa con toda la ilusión de disfrutar de una sesión de entrenamiento en la que pondría lo mejor de sí mismo, en la que olvidaría las tensiones de la semana, que ya pesaba sobre la mochila al ir al colegio por la mañana. Álvaro se impulsaba y notaba pasar la vida un poco más rápido esbozando una sonrisa. Eran poco más de las cinco y media de la tarde.
Álvaro llegaba el siguiente paso de peatones. Miró de lejos al semáforo, que estaba en verde. Cuando cruzaba, un vehículo grande se lo llevó por delante. El conductor del todoterreno tenía el semáforo intermitente. Horas más tarde, Álvaro(15 años, millones de ilusiones) moría en el hospital por culpa de todas las heridas.
Podría alargarse y concretarse más la historia. Podría decirse que los padres se alarmaron al ver, hacia las nueve de la noche, que Álvaro no llegaba a casa. Podría decirse que el conductor, al parecer, se puso nervioso cuando vio al chico delante, que se atoró y confundió de manera fatal un pedal por otro, lo que demuestra lo importante que son, a veces, detalles tan grandes como unos pocos centímetros, como unos pocas décimas de segundo. Podría decirse que se intentó todo lo posible para salvar la vida hasta que ya no se pudo continuar.
En el fondo, todas las palabras que digamos sobran. Las calles se han convertido en canales por lo que navegan los automóviles. Los semáforos se han convertido más en una excusa para regular el tráfico que en una necesidad ciudadana en la que los que no son coches deberían de tener todas las prioridades. La congestión del tráfico nos ha hecho conductores más impacientes, poco observadores de lo que ocurre alrededor.
Hoy he leído que ese semáforo traidor que marcaba luces intermitentes para los conductores se pondrá en rojo cuando los viandantes tengan que cruzar. En el fondo, eso ahora no importa. Álvaro tenía 15 años y nunca podrá tener la ilusión de ir a entrenar un jueves a las seis de la tarde, con la semana acumulada de tareas y un campo de baloncesto para disfrutar de dos horas en las que el mundo se congelaba.
Puta miseria: la regulación del tráfico, las intermitencias, las preferencias. Putas ciudades que, un día, dejaron de pensar que lo más importante eran las vidas.
Va por ti, Álvaro. Por todas las canastas que no podrás meter. Por todos los días que te quedaban y que se quedaron en el tintero. Va por ti, Álvaro, allí donde estés.
(La fotografía pertenece a Alberto Urbina.)
¡Qué lástima de vida truncada tan joven! Los malditos coches se han convertido en los amos de las calles y carreteras. Besotes, M.