Este semestre empezamos las asignaturas de Pragmática y de Semiótica en la universidad y, gracias a ellas, están surgiendo importantes temas de debate dentro y fuera de las clases a raíz del papel de estas disciplinas, relacionadas, entre otras, con la Lingüística, la Filosofía del Lenguaje, la Teoría de la Comunicación o la Teoría de la Literatura.
Uno de las cuestiones que aflora en estas conversaciones y debates es la sorpresa de muchos ante unas asignaturas tan técnicas como para ser «de Letras». En nuestra sociedad, desde hace mucho tiempo, se ha utilizado incluso la valoración de las Humanidades para trivializarlas y, en el fondo, para negarles su sentido último. Se habla, por ejemplo, de la cultura general y de las Humanidades como argumento para la defensa de estas, cuando establecer las Humanidades como generalidad es una manera de dejar su estatus cultural y científico en el barniz. De este modo, parece que los estudios «de Letras» sirven, por ejemplo, para participar en concursos de televisión (siempre que se emitan en La 2) o, como mucho, como glorioso complemento (léase complemento en el sentido de una planta o sección concreta de El Corte Inglés) de saberes más serios, por aquello de más útiles. Uno, por ejemplo, se dedica a estudiar ADE para prosperar en la vida y luego lee un anecdotario de historia para adornarse en las cenas familiares. Es obvio que la cultura general es eso, general y, por lo tanto, abarca tanto a la Música como a la Física, tanto al Arte como a la Biología. Saber cuatro cosas sobre Mozart no nos hace musicólogos, del mismo modo que tener algún conocimiento sobre cómo funciona una central nuclear nos convierte en un experto al que confiaríamos nuestra seguridad.
No tener en cuenta lo arriba apuntado supone que para la sociedad, los que aprendemos y los que enseñamos (aquellos que Joubert afirmaba atinadamente que aprendemos dos veces) nos dedicamos durante cuatro año a tratar aspectos tan profundos que nos valdrían para triunfar sin paliativos en cualquier partida de Trivial. No dudamos ni un segundo de que un estudiante de Ingeniería dedica su magín a cosas de enjundia inalcanzable, mientras que un estudiante, por ejemplo, de un Grado en Español (la antigua Filología Hispánica), se dedicará a indagar un poquito de la vida de Lope de Vega, a estudiar el sujeto y el predicado y, sobre todo, a aprender si están bien o mal dichas todas las expresiones del mundo para resolver las dudas a aquellos que no se quieren molestar en mirar un diccionario.
Me preocupa mucho esta visión de las cosas no tanto por la valoración que se puede hacer de nuestro trabajo o de nuestro conocimiento –uno tiene el culo tan pelado que ha optado por la senda del estoicismo abnegado–, sino por el hecho de que, con estas concepciones, estamos intentado deslindar lo importante parcelándolo solamente en algunos campos y negando que cualquier cosa relacionada con las llamadas Humanidades pueda tener un interés útil para la vida. En definitiva, elevando a los estudios humanísticos a la dudosa categoría de florero, contenedor además de flores marchitas o, quizás, artificiales e impostadas.
Los que nos dedicamos al estudio e investigación en las Humanidades seríamos algo así como unos tahúres que dedican toda su vida a intentar dar gato por liebre o, como mucho, a dar una capa de betún a la realidad. Sin embargo, todo aquel que se ha molestado en conocer en profundidad algunas de estas disciplinas, no se sorprende al descubrir que tienen muchos más elementos aplicados y «científicos» de los que podrían esperar algunos. Y, sobre todo, que son útiles y de aplicación directa (o mediata, como muchos otros conocimientos «científicos) en nuestra vida cotidiana.
Muchos de los que vocean con mucho convencimiento y con poco seso, muchos de los que reniegan sin haber reflexionado detenidamente sobre muchos temas, muchos de los que creen que saben sin haber estudiado nada, muchos de los que creen que llegan al conocimiento por su grandísimas capacidades o, quizás, por ciencia infusa, se sorprenderían de lo que pueden llegar a descubrir si, alguna vez, su prepotencia les dejase ver lo que hay más allá del espejo. Y al otro lado.
(Imagen de K3stO.)