ELLA. Tengo un serio problema para recordar las caras. Me saluda gente por la tarde y les digo adiós, pero no tengo ni idea de quiénes son.
ÉL. En eso tengo yo ventaja. Paso de saludar y punto. Así me quito de historias.
ELLA. Que no es cosa de broma. El otro día me paró en la puerta del supermercado una señora, que me trataba como si me conociese de toda la vida. Yo le seguí un poco el rollo, a ver si conseguía alguna pista, pero nada. Creo que se dio cuenta. Al despedirse, se la veía un poco borde.
ÉL. Pues mira tú que problema.
ELLA. Pues sí, un problema. Tanto como que el otro día entré en la frutería y me di cuenta de que era la chica que trabaja allí por las tardes.
ÉL. Ahora entiendo por qué te dio las peras medio podridas.
ELLA. He mirado por internet. Y lo que tengo es una enfermedad: se llama prosopoagnosia.
ÉL. Fíjate.
ELLA. Que no te lo tomes a chunga, que es una disfunción cerebral o algo así.
ÉL. Mujer, no todo va a funcionar bien. Recuerda al tipo aquel del libro de Sacks, que confundió a su mujer con un sombrero.
ELLA. Yo estoy preocupada.
ÉL. Estás preocupada ahora que ves que la cosa tiene un nombre raro. Antes pensabas que eras despistada, así que no exageres.
ELLA. No es tan sencillo.
ÉL. Y mira que te has reído de mí por no distinguir los colores. Eso sí que le cambia la vida a alguien: confundir la sangre con el café. O que te pille un tranvía. Pero claro, eso, como mucho, lo llaman daltonismo. Pues no, bonita, también tiene un nombre raro: acromatopsia. Lo tuyo, a fin de cuentas, pasar de la gravedad al simple si te he visto, no me acuerdo. Lo mío es perder los matices que dibujan el mundo para quedarme, solo, perdido, con cuatro míseros pinceles.
ELLA. Ya estamos: tú siempre el que más.
ÉL. No, el que menos. Con tres colores.
(La imagen es de Universallyspeaking, sobre la portada de un libro de Freud.)
¡Cómo les gusta a los científicos descubrir nombres raros para las «enfermedades» que no son tal! ¡Basta ya de comedura de coco farmacológico! Voy para los setenta y ¡aún tengo que hacerme una mamografía! Ni hablar. ¡No me la haré en la vida! Tengo amigas que se han hecho los tests religiosamente cada año, poniendo el seno en ese artilugio que los aplasta y, por supuesto, introduce unos rayos que a la larga, estoy segura, se convierte en un tumor maligno porque muchas han tenido cancer del pecho. Qué casualidad… Pues yo si me muero, me muero y si lo hago sin haber visitado un médico o haber estado en un hospital ¡miel sobre hojuelas! Besotes, M.
Curiosa enfermedad. Creo que soy un poco prosopoangosica, pero sobreviviré