Y hay días en los que, pese al intento de renacer, desciendes a los infiernos, una vez más. Días en los que los ánimos son hongos sin esporas. Días en los que, sin saber por qué, los bucles son tan retorcidos como para perderse, tan persistentes como regodearse en todos los segundos que dura un sueño con dolor. Días que se juntan con las tardes y con las noches, pese a que el calor y el sol intentaron encubrir con más luz las apariencias. Días en los que la música te rescata con las notas del dolor, días en las que las imágenes se congelan en una pupila demasiado sumergida en sí misma como para reaccionar antes las variaciones de la intensidad y sus reflejos.
Días sin mañana y sin ayer. Días en las que te salen frases más largas de lo normal y eso corta tu ritmo y tu estilo. Días en los que no matizas, en los que te quedas sin las lindes de la palabra exacta. Días en los que intentas respirar y te ahogas. Días en los que, por ese ahogo, descubres que te falta aire. Ay.
(La foto pertenece a mi galería de Flickr.)