Son días estos en los que no te dan ni gatos ni liebres. Días en los que abismos sublunares se acentúan más que las grietas personales, más hondas por ser el último escalón del descenso a los infiernos, que ya no tienen galerías, ni ríos ni lagunas para olvidar. Días en los que cambian las formas para no cambiar los fondos (días en los que cambian los fondos para no cambiar las formas, que son suyas de siempre. Suyas propias. Suyas por los siglos de los siglos). Días estos en los que no se sabe si es mejor recordar como recurso fácil u olvidar como función catártica. Días en los que los grados de acercamiento se cuentan con números demasiado grandes como para ser contados. Días sin ayer ni mañana, pero días sin hoy, que era el único eslabón que nos quedaba para estar sujetos al mundo. Días con sus noches, cada vez más cortas, cada vez más largas.
(Imagen de Sergio Bertolini.)
Días de lluvia y noches de insomnio, mientras la tela del porvenir desgarra sueños…