ELLA. Mejora esa cara. Sonríe.
ÉL. (…)
ELLA. ¿Me oyes?
ÉL. ¿Qué?
ELLA. Que no estés ahí apoyado en esa mesa, sujetando tu cabeza con la mano como si soportara el peso del mundo.
ÉL. ¿Sugieres que mejore mis habilidades sociales desde el punto no verbal? ¿Me estás llamando cabezón? ¿Ambas cosas a la vez?
ELLA. No, no te llamo cabezón. Sería más exacto decir que tienes la cabeza cuadriculada en el interior y cuadrada en el exterior. Y no, no tienes ninguna habilidad social. Ni verbal, ni de posturas, ni de nada. Solo por escrito cuando te pones serio. La única habilidad que te conozco es acabar cualquier conversación hablando siempre de ti.
ÉL. A eso no puedo contestarte sin ofender. Mira quién fue hablar, tú que…
ELLA. …si, otra habilidad: defenderte atacando. ¿Te pasa algo?
ÉL. No. Solo me pasa que rabio por inclinación natural, por vocación y por declaración. De principios. Y cuando no rabio, callo.
ELLA. No, si ya lo decía yo. La alegría de la huerta. Y esa manía tuya de acabar las conversaciones con un «Bueno…». Como si las palabras pudieran continuar contigo, como si la vida, para ti, fuese una película que acaba bien. Vives en el drama y finalizas tus palabras con el ritmo de los musicales. Falso. Falso y rabioso.
ÉL. Si tu lo dices, te doy la razón. Eres un solete. Bueno, pues eso.
(Fotografía de sexundermyhead, a la que agradezco que me haya dado permiso para utilizarla en el blog.)