Llevo muchos días preparando exámenes y corrigiéndolos, poniendo notas de prácticas, configurando hojas de cálculo, mandando correos, dando explicaciones, concertando horas para revisiones y entrevistas, haciendo listados de todas las formas, colores y contenidos. Días en los que las horas se acumulaban delante de la pantalla del ordenador. Días en los que, aunque lo intentase, la cabeza siempre estaba pensando en lo mismo, una y otra vez. Todo ello me ha servido, una vez más, para reflexionar sobre nuestra tarea de la evaluación. El otro día escuchaba una reflexión interesante: la educación (sea del nivel que sea) no puede dedicar tanto tiempo a la evaluación. Sobre todo, porque cuando se lo dedicas a la evaluación (tan necesaria, por otro lado), se lo quitas a otras tareas docentes también necesarias, también importantes.
Sin embargo, es en el momento que acaba el proceso de evaluación (quiero decir que acaba el proceso de ese curso en ese semestre: el proceso de evaluación no se acaba nunca) cuando se asoman todas las dudas a mirar por el balcón. Es el momento de dar mil vueltas retroalimentadas sobre si la evaluación ha reflejado el trabajo realizado, sobre si los procedimientos han sido adecuados. En suma, si puede llegar a existir un paralelismo entre lo que ofreces tú y lo que recogen tus alumnos, entre lo que te ofrecen ellos y lo que tú recoges. Te preguntas, al fin, si todo tiene un porqué. Si algo tiene sentido más allá de una nota, una calificación, un número al que añades uno o dos decimales y que se incorpora a una porción de la vida de un alumno.
Ahora pienso más que nunca, que habría que hacer una evaluación de la evaluación misma. Pienso que olvidamos que el proceso de evaluación ha de ser de los alumnos a los profesores, de los profesores a los alumnos, de los alumnos a su trabajo, de los profesores al nuestro.
Y, una vez acabado todo, volveremos a empezar intentando que sea con el pie izquierdo (al fin y al cabo, soy zurdo). Sabiendo que, al final, todo acabará en el mismo punto, unas décimas más allá.
(La fotografía está reproducida con permiso de su autora, Henar: sexundermyhead.)
tienes mucha razón, me surgen mil dudas siempre respecto a la evaluación, al cómo, al por qué, al para qué… y me surgen otras mil tras la evaluación… evaluar la evaluación es fundamental pero supone que tengamos que implicarnos, y ser críticos con nosotros mismos y nuestros métodos… hay profesorado que no está, ni mucho menos, dispuesto a ello,
saludos
Dedicado también al mundo de la enseñanza y después de asistir a un claustro esta mañana en el que dos puntos fundamentales eran los resultados de la evaluación y evaluación de la convivencia y del Plan de Convivencia con sus reflexiones, justificaciones y comentarios consiguientes (recordando por otra parte la carta sobre un profesor de secundaria que ya conoces), creo que te lías tontamente con estas cosas. La solución es muy sencilla: compras una cantidad importante de balones y los tiras fuera, compras una cantidad importante de pintura y lo pintas todo (profesores, alumnos, resultados…) de blanco o de rosa y ya está.
Creo que tienes razón, y también creo que a veces los alumnos no sabemos la suerte que tenemos de tener a profesores que se preocupan por estas cosas hasta que nos toca uno que se la trae al pairo…