Crisis creativa. Parón. Cabeza vacía e inoperante. Estéril. Estoy tan vacío de ideas que ni siquiera he podido hacer una enumeración exhaustiva y, mucho menos, completa. Últimamente, no escribo porque no tengo nada que escribir. No porque no tenga otras cosas en la cabeza –que creo que las tengo–, sino porque no me salen las palabras o las ideas. En el fondo, viene a ser lo mismo. Una opción plausible, aconsejable, sería dejarlo. Son muchos días escribiendo, si es que los días de escribir han sido alguna vez suficientes. Son muchas palabras, muchas frases puestas una tras otra, si es que las palabras son muchas, pocas, demasiadas o insignificantes. Es pensar que se tiene todo dicho y, sin embargo, que se tiene algo más que decir, aunque ahora no sea el momento.
Esa es la esperanza y el madero al que me agarro en la tormenta: pensar que habrá, más allá de la línea extensa del vacío, algo más. Pensar que, si todo estuviera dicho, los días, enfilados uno a uno, no tendrían sentido. Pensar que, si no tienen ni tendrán sentido, tendrá que haber alguien para levantar el cadáver y testificar la muerte, sus causas.
Decía un filósofo del lenguaje que hablar es hacer. Cualquier experto en comunicación sabrá también que hacer es decir. Como no hago porque no digo, mi tarea, a partir de ahora, será decir para demostrar que estoy vivo. Para testificar que, más allá de la nada, hay una nada por contar.
(La fuente de inspiración, en este caso, ha sido esta fotografía, perteneciente a mi galería de Flickr, tomada recientemente cerca de la Catedral en una noche oscura e inhóspita. Todo parecía vacío pero, entre el frío y la oscuridad, alguien había tendido la ropa con la esperanza de que llegaría a secarse. Y alguien tenía encendida la luz. Esperando. Viviendo.)
En aquellos tiempos se tendia la ropa
y colocábamos al frio exterior en la fresquera….
La inspiración a veces juega un poco sucio, pero estoy segura de que volverás tarde o temprano. Tengo la seguridad (subjetiva, claro) de que no existe la menopausia de las ideas.
Besos