Esta foto se muestra especial esquiva para un análisis objetivo, en la medida que un comentario de un ser humano pueda serlo. La dificultad proviene no tanto de la foto, del género, de la técnica, sino del contenido. La imagen se presenta con algunas deficiencias técnicas que, lejos de menoscabar su valía, la aumenta. Se trata de un robado, la imagen de un hombre avanzando por la calle. Decíamos que las carencias técnicas se disculpan porque importa mucho más el instante, la pose, las maneras. Incluso el ligero desenfoque y la salida de cuadro acrecientan la sensación de prisa, tanto en el movimiento del protagonista como de aquel que se arriesgó a captar el instante. El fondo evidencia una foto tomada en la actualidad. Se percibe por el modelo de coche que aparece a la izquierda. No obstante, es una foto que, por su blanco y negro sucio y poco realzado en sus contrastes, parece mucho más antigua. En estos tiempos de retoques mágicos es difícil apostar, es aventurado arriesgarse, pero estamos por afirmar que se tomó con un cámara analógica y que la necesidad imperiosa de realizar el disparo en ese momento, y no en otro, impidió el ajuste de todos los parámetros. Decíamos que el protagonista es un hombre que avanza hacia la cámara, que parece encontrarse a unos tres metros a la derecha de nosotros, que la contemplamos. Una de las cosas que más sorprende es el avance iracundo de su pierna izquierda, en un paso decidido e implacable hacia delante. De hecho, la pierna derecha aparece casi descompuesta, artificial. El hombre viste una especie de gabardina que permanece abierta, adivinando un aleteo proveniente del impulso. Las manos permanecen en los bolsillos y los codos ligeramente salidos. La mirada desconcierta. Es una mirada dura, contextualizada por un gesto hosco, con la boca cerrada hasta hacerse mínima, ligeramente contraída hacia un lado. La mirada, decíamos, desconcierta porque los ojos del hombre están mirando directamente a cámara. No sabemos si se ha visto sorprendido y ha descubierto al que ha intentado invadir su intimidad o, simplemente, el barrido de su mirada ha coincidido con el momento del disparo. Para la suerte del fotógrafo, deseamos que haya sido lo segundo. La apariencia del hombre da a entender que, en el caso de haberse sentido acosado, la fortuna del carrete, de la cámara o incluso del artista (ignoramos si profesional o improvisad) hubiesen corrido serio peligro. La mirada transmite tal determinación aderezada con odio que, segundos después de abandonar la contemplación de la imagen, permanece grabada con dureza en nuestro recuerdo.
Decíamos que la foto escapaba al análisis objetivo. En efecto, el hombre que aparece en esta fotografía soy yo mismo, su analista. Y el hombre de la fotografía viste una gabardina que yo nunca he tenido y pasea por una ciudad que tampoco reconozco. Días después de mirarla y mirarla, todavía sigo haciendo preguntas. Todavía sigo buscando respuestas.
Tal vez sea una premonición
Un beso