El viajero, como las ocas afortunadas, va avanzando de bus en bus y de vuelo en vuelo. Ahora permanece entre la calma de un ambiente agitado pero agradable en un aeropuerto lejano de su mundo, pero cercano a sus palabras. El viajero ha dormido con la continuidad entrecortada propia de las luces cambiantes, los ruidos y el saberse sin reposar dentro de una cama. Al final, el cansancio ha podido más que sus obsesiones y ha perdido la partida para recobrar el estado de inocencia.
Ahora está contento, con muchas horas de viaje encima, pero con la ventaja de que mantiene la ilusión del que va, del que todavía mantiene ilusiones. El viajero ha ingerido una frugal colación, de esas de las que hablaba el catecismo, pero la ha acompañado de una bebida gaseosa y dulce, que le ha salpicado con las burbujas una nariz que huele nuevas fragancias.
Dentro de poco, el viajero volverá a desaparecer por otro túnel, volverá a emerger hacia el cielo. Y volverá a sentir que las cosas acaban para seguir comenzando.
(Imagen de apr77.)
Esos vuelos transatlánticos se hacen eternos pero veo que has llegado sano y salvo. Besotes, M.