El turista, al fin, ha cogido el coche de madrugada, ha escogido un disco de música que le permita escuchar su música favorita durante unas cuantas horas seguidas y se ha tomado todo el tiempo del mundo para ajustar el asiento y los espejos retrovisores. Ha metido la marcha atrás, ha respirado fuerte y ha visto en el navegador del coche un panorama de seis horas de conducción hasta su destino. No le cuesta conducir durante muchas horas. Al contrario, un viaje largo le ayuda a mirar la carretera de manera que su viaje no sea solo por el exterior sino que le permite indagar, un poco, en los recovecos que las prisas suelen dejar en la penumbra. La calma se la brinda, paradójicamente, una música escuchada a un volumen un poquito más alto del normal y con unas melodías que no se pueden imaginar ni siquiera los que piensan que le conocen bien. Aunque ahora ya no puede apretar tanto el acelerador como le gusta, no puede evitar sonreír a medida que el navegador va reduciendo sus expectativas de llegada. Tiene muy a mano una Coca Cola de la que se beneficia en las rectas, más bellas si son interminables. El turista sabe que, en el fondo, las huellas y los caminos, ahora con forma de carretera, son una forma de simbolizar el trazado de una vida. Ahora, con el volante a la altura perfecta, piensa y vuelve a sonreír. Quizá piense en todos los preludios, en todos los vaticinios de los amaneceres, cuando el sol todavía no amenaza con la crueldad de su luz, con la malicia de intentar conocer todas las cosas.
(Fotografía tomada de mi galería de Flickr.)
La foto es bellísima, pero también la imagen que refleja tu texto. Cuando voy sola, también subo el volumen de música
Espero que nos acabes diciendo a dónde vas. Besotes, M.