ELLA. Bueno, ¿qué me querías decir ayer?
ÉL. ¿Yo? Nada.
ELLA. Entonces, ¿por qué me mandaste un mensaje al trabajo?
ÉL. ¿El mensaje? Te ponía que qué tal estabas de tus molestias en la espalda.
ELLA. Sí, pero luego me ponías que nuestra conversación del otro día la habíamos dejado a medias.
ÉL. ¡Ah, sí! No te preocupes, no era nada.
ELLA. Entonces, ¿por qué lo pusiste?
ÉL. Que ya te he dicho que no era nada.
ELLA. Tú nunca dices las cosas por nada.
ÉL. Que no, que no era nada. En serio.
ELLA. Dímelo.
ÉL. Joder, pero qué pesada eres.
ELLA. Es que nunca me hablas. Tenemos una conversación y tu crees que la dejamos a medias. Y dices que te hubiese gustado concluirla.
ÉL. Cuando hablo, porque hablo. Cuando me callo, porque me callo. Y cuando quiero decir y no digo, dale que dale, que lo diga. Que te he dicho que no. Y punto. Redondito y espeso.
ELLA. ¿Por qué siempre te escondes entre tus gestos, entre tus frases, entre tus acciones que no acabas? ¿Por qué te olvidas de pedir por esa boquita y de ver qué es lo que les parece a los demás? Solo hablabas y hablabas cuando decías que habías visto algo en el cielo.
ÉL. Ni de coña. Soy muy tímido, ya lo sabes.
ELLA. Pues tú te lo pierdes. Igual alguna vez te sorprendían y te decían que sí.
ÉL. Si tú lo dices… Y, además, siempre sabes lo que quiero decir. Aunque esté en silencio.
(Imagen de Raïssa Bandou.)
Siempre los hombres desmemoriados… a nosotras no se nos olvida NADA!!! 😉