Quería hablar, muy brevemente, de tres palabras: pueden ser bicicleta, cuchara, manzana, aunque para nuestra familia fueron manzana, caballo, peseta. En cualquier caso, y en cualquiera de sus variantes, son tres palabras terribles. Su olvido es uno de los traumas más terribles: la constatación de que los pequeños olvidos dejan de ser accidentales para convertirse en algo de calado más hondo, más trágico. La convivencia se convierte en un proceso de pérdida de reconocimiento, de pérdida de identidad, de pérdida de lazos con todo lo que nos rodea.
Mi madre comenzó con este proceso hace ya muchos años. Dejó de recordar las cosas que sabía. Dejó de reconocer a su familia. Dejó de reconocer su propia identidad. Y, hace un par de años, dejó de estar en este mundo quebrado y quebradizo, de memorias y recuerdos. Felicidades, allí, en algún sitio, ahora que los destinos, quizá, nos protejan de la memoria.
Es algo que no le desearía ni a mi peor enemigo
Terrible, terrible. Eso creo que es lo más horrible de la vejez. No recordar, no reconocer a tus seres queridos. Como dice mi hermano, el cardiólogo, es una muerte cerebral y aunque el corazón siga latiendo, la mente está muerta. Yo he hecho mi testamento vital diciendo bien claro que si el día de mañana no me puedo valer por mi misma, sea por el alzheimer o por otras razones, que me den un chute de morfina y me vaya al otro barrio, colocada y encantada. Ya he vivido lo suficiente. Besotes, M.
Un abrazo, Raúl. Su memoria, ahora, está en ti.