Me había dado cuenta, para hasta hoy nunca de esta manera. Había hecho muchas risas siempre en torno a la frase de Groucho, aquella que decía «Nunca formaría parte de un club que me admitiese como socio». Cuando se me conoce poco, me tildan de distante. Gano algo con el trato más íntimo, pero me siento incapaz de no darme cuenta de que pertenezco siempre a un club inexistente, aquel que no podría formarse, aquel que no tendría socios conformes y coexistentes. No me siento de ninguna parte. No creo sentirme bien en ningún clan de esos a los que un montón de gente se siente feliz de pertenecer. Por no sentir, no me siento a gusto ni siquiera conmigo mismo. Soy demasiado severo con los próximos y demasiado frío con los remotos. Soy de los que piensan que la vida es algo así como una fiesta a la que uno asiste como invitado a regañadientes. De los que se siente a gusto viendo las cosas como si estuviese mirando desde el otro lado del cristal. De los que no bailan. De los que se resisten a cualquier tipo de conga que no sea la de llevar el gentío hacia otra parte. De los asépticos. De los furiosos. De los incondescendientes. De los se arrepiente de haber ido a algún sitio a hacer algo.
Mi vida es una coraza en la que temo siempre al enemigo, que no es otro que el que se refleja en el espejo.
(Imagen de Clav.)
Merche: Muchas gracias.
Ay, mi Raúlito, perteneces a los «malditos»… Sé que no vas a cambiar y sufrirás de la existencia hasta el final de tus días. Besotes, M.