¿Y se el mundo fuese una estela creada para las falsas esperanzas de los náufragos? ¿Y si los días azules sirviesen para mostrar con más crudeza los días grises de un severo invierno? ¿Y si las realidades nunca se pudiesen confundir con las realidades? ¿Y si el valor no fue nunca otra cosa que una imprudencia premeditada? ¿Y si el arte no nos ayudase nunca a escalar en los grados de belleza? ¿Y si todos los actos de nuestra vida no fueran solo exculpaciones? ¿Y si alguna vez fuimos pecadores y no víctimas? ¿Y si las elecciones no se realizasen por afinidades sino por comodidades? ¿Y si los caminos no condujesen a Roma ni a ninguna otra parte? ¿Y si el verbo escuchar solo fuera un sinónimo de oír a lo lejos?
¿Y si no hubo victorias sino batallas perdidas? ¿Y si el mar fuese tan solo una gran masa de agua con incertidumbres por debajo? ¿Y si los rayos ultravioletas, los rayos infrarrojos, fuesen nada más que excusas para no ver más que las apariencias? ¿Y si la separación no fuese más que una frontera? ¿Y si todo esto no fuese más que una manera de rezumar la violencia que palpita? ¿Y si el desengaño no fuese otra cosa que un burofax que certificase las tristezas más amargas? ¿Y si la naturaleza fuese algo que queda demasiado lejos del semáforo más cercano?
¿Y si las pasiones no tuvieran más justificación que ser razonamientos que circulan por la sinapsis de tapadillo? ¿Y si fuésemos unos entes perdidos entre el mañana y el ayer? ¿Y si nunca crecimos? ¿Y si nunca hubiésemos hecho otra cosa que envejecer? ¿Y si esto solo fuese una broma macabra para reírse al saber que, una vez, tuvimos miedo?
(Imagen de Rémy Saglier.)