Porque las mañanas son ahora más tristes pese a que los minutos de luz se estiren en el ocaso. Porque los ángeles de la guarda abarcan menos con sus alas. Porque es cada día más difícil vivir entre palabras feas como, muchas de ellas siglas y acrónimos. Porque cada noche se convierte en una tortura matizada por los miedos y los fogonazos que invaden nuestras cabezas. Porque la calle se va convirtiendo en un territorio que no es de nadie (o de unos pocos; o de los de siempre). Porque nunca fue más absurdo pensar en torno a años, meses, días, horas y minutos venideros. Porque cada vez nos parece mejor la música con la que fuimos jóvenes. Porque queremos que nuestro corazón siga latiendo a cualquier precio. Porque todos los días han sido fiestas de guardar y todas las fiestas días laborables. Porque la carne débil y el espíritu lábil. Porque la suma no es solo una cuestión que afecte a la aritmética, a las matemáticas. Porque las cabezas están cada vez más acostumbradas a ser albergue de trastos viejos e ideas peregrinas. Porque vimos un día una película y nos gustó. Porque intentamos que todos nuestros momentos sean bellas historias de amor.
Porque avanzamos entre tinieblas y las cortamos con un cuchillo. Porque la rabia no se muere con los perros y porque, además, subsiste en la saliva de los murciélagos. Porque llega un momento en el que el espejo es el lugar de enfrentamiento de todos nuestros miedos. Porque la amistad es un escaso reducto de desilusiones. Porque las dudas las contamos por mares y las certezas por unidades. Porque las reglas tienen excepciones. Porque las excepciones no son sistematizadas ni sistematizables. Porque nunca pensamos en la música que acompañará nuestra muerte.
Porque hubo días en los que no dijimos las palabras precisas. Porque los mendigos ya no quebrarán la limpieza aparente de las calles de Madrid. Porque el día menos pensado se mueve la tierra y se agitan más los ánimos que los átomos.
Porque ya nadie dice «adiós», quizá enfundados en la paranoia inmortal de decir «hasta la vista».
(Divagación surgida en torno a una información encontrada en Público y cuyo desarrollo puede seguirse en este vídeo. Con imagen de Gerard Stolk.)
Querida Merche: me parece a mí que tú tienes cuerda para rato. No obstante, el asunto este de las últimas voluntades creo que lo deberíamos de tener todos muy presente. Yo hace ya unos añitos que dejé muy claras unas cuantas cosas a mis allegados por escrito: nunca se sabe…
Y que conste que lo de la canción «My Way» lo tenía en la memoria porque lo indicaste en una entrada del blog hace mucho tiempo como petición de una versión prosificada y traducida libremente. Así que te la debo.
Acababa de escribir un comentario pero veo que no se ha publicado… ¡Mecachis! Te decía Raúl, que cuando yo tenga que decir adiós, no quiero funerales. Quiero donar mi cuerpo a la ciencia y que hagan con él lo que les de la real gana, descuartizándolo a su gusto y que a mis hijas no les cueste un duro. Pero, eso sí, me gustaría que sonase el «My Way» de Nina Simone (con los bongos al final). Es que me encanta. Te dejo como testigo de mis últimas voluntades, querido. No te olvides. Besotes, M.