Sonia no hace ni diez minutos que se ha levantado esta mañana de sábado y ya va por su segundo café. El primer café era con leche y Sonia lo toma siempre en una taza de cristal. A Sonia le molesta el roce de sus labios con la cerámica o la porcelana: es una de sus muchas manías al comenzar la mañana. Al poco tiempo, se ha tomado un café solo con una cucharada de azúcar sentada en la silla de la cocina, con las piernas cruzadas y un poco inclinada hacia delante. Ha dejado el café sobre la mesa y se ha puesto a desenredarse el pelo con las manos y ha visto por la ventana a la vecina de enfrente sacudir el trapo del polvo. Sonia ha estirado su columna vertebral con una leve inclinación hacia atrás y ha notado el sonido de la mañana entumecida. Se ha levantado y ha dejado la taza en el fregadero.
El café estaba caliente, pero Sonia siente todavía un frío interno que va más allá de una noche en la que, quizá, ha dormido destapada. Para recuperar el calor interior, Sonia se mete en la ducha resistiendo la temperatura del agua caliente. Sonia levanta la cara y deja resbalar el agua por su boca: ese es el momento preciso en el que, cada vía, se siente auténticamente despierta. Después de secar sin demasiada contundencia su pelo, se dirige al ordenador para consultar su correo. La bandeja de entrada le recuerda que tiene todavía bastante trabajo pendiente. Intenta contestar las cosas más urgentes. Cuando va a cerrar el correo, ve un mensaje entrante que le ilumina la cara y le recuerda que está todavía viva. Sonríe mientras contesta de forma breve. Cuando le da a la tecla de enviar, parece que su día se ha encauzado por la vía de los sueños.
Después de vestirse y arreglarse, Sonia ha salido a hacer recados: son los compromisos ineludibles del sábado. Con un par de bolsas del supermercado en las manos, ha pasado por el escaparate de una tienda en la que ha visto un vestido precioso. Con cierto cargo de conciencia, Sonia ha entrado, se lo ha probado y se lo ha comprado, dudando todavía si ha acertado con el color. Sonia ha salido de la tienda y ha empezado la vuelta a casa. En un momento determinado, ha roto su camino y se ha desviado callejeando. Sonia, cansada pero reconfortada por el peso de las verduras, la fruta y el vestido, se ha regalado unos momentos en los que ha roto la rutina. Mientras pasaba por una tienda cerrada por cese de negocio, ha visto su perfil. Luego se ha parado y ha visto su reflejo frente a frente, mezclado con el brillo dudoso de la luna de cristal. Se ha mirado a los ojos y ha pensado que, al menos hoy, sigue siendo la misma de siempre.
(Imagen de Cafeína-Club.)
Pobre Sonia cómo se aburre… tiene que hacer más deporte, montar en bici, darse un baño, leer, dibujar, escuchar música, jugar, cantar… definitivamente cantar. 🙂
Esos momentos en que constatamos que seguimos siendo un poco los de siempre deberían guardarse como pequeños tesoros que abrir todas las veces que creemos que nos hemos perdido