Me ha gustado recordar la etimología de la palabra miopía: «entrecerrar los ojos». Para el que no lo sea (y, por lo tanto, no lo sepa), ser miope es una forma de ser y, por lo tanto, de estar en el mundo. Y, por lo tanto, de enfrentarse a él: y, por eso mismo, una forma de perder.
El miope se descubre a sí mismo a la vez que el mundo va desapareciendo de sus ojos. Ese descubrimiento, que acontece por lo general en el colegio, pasa de no entender algunos signos matemáticos a, simplemente, no distinguirlos. Suele ser un proceso tristemente paralelo: la pizarra se hace más grande para deformarse y el miope solo sabe que su acceso al mundo pasa por cerrar un poquito los ojos; y el miope solo sabe que el mundo, o sus ojos, o todavía no sabe qué le produce desasosiego, inseguridad, dolor de cabeza.
Del descubrimiento como sospecha se pasa a la constatación médica. El niño miope, por un momento, esboza una sonrisa ante el diagnóstico. Vendrá la novedad de sentirse diferente y observado ante el estreno de un par de gafas, que sus padres compran con cariño. Luego descubrirá que la novedad de ser distinto consistirá en un par de burlas crueles, el insulto obvio y, a cambio, la posibilidad de distinguir. El miope no lo sabe todavía, pero, de ahora en adelante, vivirá en un mundo mediatizado y falso: toda la verdad se desmonta cuando el artefacto desaparece.
De ahora en adelante, el miope descubrirá la crueldad de un golpe fortuito, de una bola de nieve demasiado apelmazada, de una pérdida de una lente de contacto que pone su mundo en cuatro metros cuadrados que tiene que rescatar mediante el sentido del tacto. El miope descubrirá también la soledad, la distancia de los bellos cuerpos en las piscinas, en las plazas. El miope será consciente de que los atardeceres supuran de forma cruel los contornos de las figuras.
Pero lo que nadie sabe, lo que los que ven bien ignoran, es la tremenda soledad de los miopes en el despertar: el momento justo en el que el transito del sueño a la vigilia permanece desdibujado por las legañas y la refracción extraña. El momento justo en el que descubres que te despiertas quizás para no ver jamás.
(Imagen de Daniela Goulart.)
Todos deberiamos descubrirnos a nosotros mismos a base de difuminar el mundo exterior, como tú dices que hacen los miopes. Tuve una vez un jefe que se operó de miopía (hace de esto casi veinte años, en el «boom» de las operaciones estas) y decía que lo mejor era salir del mar y poder ver donde estaba su familia sin tener que buscar la sombrilla de colores.
Este aire tiene un aire de melancolía y tristeza…