La entrada de hoy parte como una reflexión de la realidad que vivo cada día entre mis alumnos de 3.º de Comunicación Audiovisual. Aunque la asignatura que imparto es la de «Análisis del lenguaje publicitario», los anuncios televisivos y la propia deriva de las clases conducen en muchas ocasiones a realizar algunos comentarios relacionados con películas. Mi sorpresa es mayúscula al comprobar que son una minoría los alumnos que han visto filmes esenciales en la historia del cine. Bien es cierto que esa minoría suele estar bien nutrida de conocimientos y es la que aglutina la visión –no me gusta nada la palabra visionado– de esas películas. Vista la situación, esta entrada surge como una reflexión general y no como una carga de pruebas contra nadie. Que quede claro.
En primer lugar, es importante tener en cuenta el menosprecio académico al mundo del cine. Los alumnos, mal que bien –más lo primero que lo segundo– han oído hablar de algunas obras fundamentales de la historia del arte gracias a las asignaturas de ciencias sociales, lo mismo que reconocen, aunque sea de oídas, el nombre de algunos autores importantes de la literatura. Seguro que ese conocimiento carece de la fortaleza de hace años. Seguro que en muchas ocasiones son revisiones superficiales que evitan el análisis y, por desgracia, anecdóticas. Sin embargo, un alumno puede recorrer toda la enseñanza primaria y la enseñanza secundaria obligatoria sin haber oído hablar de cine y sin haber visto más películas que las que algún profesor les ha puesto en alguna de sus asignaturas o cuando les ha entretenido con alguna muestra en las horas de tutoria. Es cierto que el conocimiento estructurado no tiene por qué garantizar una fortaleza en el saber, pero me parece contradictorio que el cine esté marginado de la senda curricular. Parto de la base de que la presencia en la enseñanza básica del cine no tiene por qué ser filtrada por los datos y el conocimiento sesudo. Parto de la base de que a todas las artes (quizá a todas las asignaturas) se accede por la vía de la pasión. Y el cine sería muy fácilmente apasionado y apasionante por la vía del contagio.
En segundo lugar, la estructura misma de la programación televisiva y la abundancia de una oferta –que se contradice, paradójicamente con una cicatería en la variedad– no han favorecido esa transmisión. Ahora las grandes películas de la historia del cine se proyectan en horarios marginales y los cantos de sirena de otros productos mediáticos hacen que los televidentes se ahoguen en el nado de otros mares. Todos nosotros, además, hemos incrementado nuestro tiempo de ocio con la conexión a internet y con los videojuegos. En definitiva, parece que queda muy poco espacio para darse cuenta de que uno se está perdiendo algo fundamental.
La entrada podría alargarse indefinidamente, así que voy a partir de algunas cuestiones personales. Alguna de ellas es compartida por mi generación y alguna otra es propia de mis circunstancias. Nací en una época en la que, de niño, no había más que un canal (solo algo más tarde llegaría «el UHF» a Burgos). Aunque no eran películas propias de mi generación, tuve la suerte de ver en televisión alguno de esos clásicos imprescindibles. Luego me acompañó la pasión de mi padre por el buen cine. Además de sus buenas recomendaciones y su buen tino, me llevó durante muchos años a todas las películas que se proyectaban en la cartelera (y «autorizadas», claro). (Y no tengo en cuenta las tardes de cine en el antiguo colegio de jesuitas de La Merced los domingos por la tarde o las sesiones de la Alhóndiga). Contando con que, por aquel entonces, el número de cine en Burgos era bastante elevado y la oferta variada (en algunos casos, con las mágicas sesiones continuas), vi algunas reposiciones de clásicos en pantalla grande y estuve al tanto de todo lo que ocurría en el cine de los años setenta, con todas sus grandezas y todas sus miserias. Luego la afición se fortalecería con la suerte de que llegasen a coincidir en mi ciudad, en algún momento, dos o tres cine-clubes (el universitario, el de Caja de Burgos –por aquel entonces Caja de Ahorros Municipal– y el breve recorrido del cine-club municipal) en los que proyectaban ciclos en los que se descubrían auténticas joyas marginales y se revisaban algunas obras maestras. Entre estas sesiones baratísimas y el día del espectador, iba al cine unas tres o cuatro veces por semana. Luego llegó el vídeo. Además de ir gastando dinero en películas, me hacía una base de datos con todas las películas más o menos decentes que echaban en la televisión para luego grabarlas y contemplarlas de forma compulsiva. De ahí nació mi costumbre de ver las películas a trozos y el ver algunas de mis películas preferidas una vez tras otra, a veces (pero en contadas ocasiones) fotograma a fotograma. Eso no significa, por supuesto, que lo haya visto todo. Pero a mis cuarenta y cuatro años mis ojos han recorrido exhaustivamente gran parte de las ficciones más maravillosas de la historia de la humanidad. Ahora que el cine está, en líneas generales, en la cuerda floja, sigo mi afición con algunas de las series que han sabido recoger ese espíritu.
¿Por qué no se ven ya esas grandes películas? Ahora no cabe la excusa de esperar a que la proyecten o de gastarse fortunas en vídeos o en DVD. El buen cine se puede encontrar de forma casi gratuita o legal, o de forma totalmente gratuita y agradecida: en no pocas ocasiones, la única alternativa posible es la descarga. Pero, en cualquier caso, es muy difícil no acceder con relativa comodidad a todas esas películas. ¿Qué falta entonces? Lo he comentado más arriba: falta transmitir con pasión. En el momento en el que alguien las ha descubierto, no puede parar de verlas porque descubre que está ante algo grande y profundo, ante algo cercano y cotidiano pero que era, hasta entonces, inaprensible.
Y, para acabar, pongo otro ejemplo personal que enlaza con el argumento principal. Antes de dedicarme a la enseñanza univesitaria, tuve un tránsito profundo y gozoso en la enseñanza secundaria. Además de utilizar el cine como herramienta didáctica para todas mis asignaturas, en una de ellas pasaban cosas muy curiosas. La asignatura se llamaba «Introducción a los medios de información y comunicación», se impartía en 4.º de la ESO y se matriculaban en ella de forma optativa los alumnos que querían. El batiburrillo hacía que conviviesen bajo la misma sala oscura alumnos de diversificación con alumnos que optaban de forma segura al bachillerato. Dedicaba un trimestre al cine y no se lo ponía fácil: comenzábamos comentando los logros de Meliès y casi siempre veíamos cine en blanco y negro. Los alumnos no duraban protestando ni tres clases. Había tres clásicos que una vez gozados y desmenuzados, siempre arrancaban los aplausos sinceros y emocionados cuando llegaba el final: eran Encadenados, de Hitchcock; Cantando bajo la lluvia, de Donen y Kelly; Laura, de Otto Preminger; Con faldas y a lo loco, de Wilder, Gilda, de Vidor, etc. Y de reconocer que, como docente, nunca fui más feliz que en aquellos momentos, cuando algunos alumnos empezaron ese glorioso proceso de emoción y descubrimiento. Es un ejemplo de que no hace falta establecer grandes niveles ni ahondar ni aburrir con dato para que se produzca el contagio.
¿Lograrán llegar a este punto esos alumnos de Comunicación Audiovisual?
DIOS NOS LIBRE DE LOS LIBROS MALOS
QUE DE LOS BUENOS YA ME LIBRARÉ YO
Para qué tantos libros, tantos papeles, tantas pamplinas.
Lo bonito es una pierna de mujer
-la izquierda a ser posible-,
un bosque bajo la lluvia, un buque norteamericano caído en
poder/manos (hay dos versiones) del enemigo,
hay tanto que contemplar,
excepto la televisión,
cómo perder el tiempo en leer, pasar la página, cuidarse
las anginas,
cuánto mejor callejear a la deriva,
esto sí que es un libro lo que se dice un libro de tamaño
natural
lleno de gente, tiendas, puestos de periódicos, casas en
construcción
y otros versos.
BLAS DE OTERO
Buenas noches, Raúl Urbina:
Con los cambios sociales lo han hecho también los gustos por música, cine, literatura…
Hay tanta oferta reciente de todo, que seleccionar es dificilísimo.
Las películas de los años 40 y 50, ya son antiguas.
Se entiende que se prefiera hablar con personas de edad y memoria, sobre libros, películas y música, y entenderse mejor que con titulados universitarios en las materias.
Ver un simple fotograma de un clásico del cine, como este de la película «Laura» de Otto Preminger, del año 1944, es capaz de producir tantas imágenes y recuerdos, que son pocas la películas recientes que lo consiguen.
Una vez más, decir lo importante que es acertar al elegir cualquier carrera, pues se puede disfrutar mucho si se tiene un poco de curiosidad, con todos los medios que hay al alcance de cualquiera.
Saludos.
En C.A. creo que te puedes encontrar con alumnos que adoran el cine e intentan aprender cada día un poco más, y otros que reniegan de una película porque esté en blanco y negro. Yo he visto cómo algún compañero se quejaba porque un profesor nos pusiera «Con faldas y a lo loco» en V.O.
¿Cómo pueden estudiar una carrera como C.A. y decir eso? Mi conclusión es que la gente no sigue confundiendo la carrera de comunicación con la de periodismo
A mi me pasó algo similar, pero con los libros. He sido educada entre ávidos lectores, pero hace tiempo que dejó de parecerme extraño que la gente no hubiera leído según qué clásicos.
En cuanto al cine, he visto muchos clásicos, pero sé que me queda un largo camino por delante…
He visto en mis propias carnes el desconocimiento entre compañeros (de Audiovisual), y lo que es lo verdaderamente ‘triste’, he sufrido la ignorancia de los que se supone dan una asignatura relacionada con el cine (en la misma carrera).
El sistema, y sobre todo el de enseñanza, ha ido desterrando algo tan fundamental en nuestros días como la cultura audiovisual y su crítica.