«Nunca –ni antes ni después– me había sentido tan lejos de todo lo mío, tan a destiempo del mundo, tan del revés de mi vida, tan en orsai, desesperadamente solo.»
(Hernán Casciari, número 1 de la revista Orsai, pág. 17.
Morir es un acto personal e intrasferible. Por mucho que se diga «Murió rodeado de los suyos», «Le apreté la mano hasta el final», esa es la parte voluntarista con la que justificamos nuestro dolor y nuestro miedo. En el momento justo de la partida, la actividad cerebral y la cardíaca se desajustan, se cansan, se paran y, entonces, en ese punto donde no hay retorno, los caminos divergen y el que se marcha emprende el camino hacia la Nada completamente solo, en un acto titubeante de no conocer la senda, en un acto doloroso de caminar hacia la ausencia de los límites. Ni lucecitas, ni visión levitante de la habitación, ni hálito compartido: desconcierto ante la lección nunca aprendida.
Si la muerte es el magma irrevocable de la soledad, muchos entienden la vida como acto de compañía, de relación con los otros, sobre todo el momento en el que nos unimos en una primera persona del plural con los demás (nos-otros). Que si sociales por naturaleza. Que si no es bueno que el hombre esté solo. Del mismo modo que ocurre con la muerte, nacemos solos, arrojados a un mundo lejano del líquido nutricio, de la acomodada posición fetal, expulsados entre placenta, sangre y dolor. En ese momento, es cierto, otros nos acompañan y nos guían en un acto de voluntad propia, aunque volcado a lo ajeno. Y, desde ese momento, nuestras vidas son el aprendizaje para representar la comedia de un mundo en el que parecemos rodeados y estamos asediados, en el que las verdades van escapando por todos los vértices de la realidad. Sentirse acompañado es un acto de hipocresía o de autocomplacencia. En el vivir, llega el momento de la revelación: te ves lejos de todo, a destiempo, del revés y por derecho. Desesperadamente solo. En fuera de juego. En un juego que, según te diste cuenta, era tu vida cuando la perdiste.
(Imagen de Adam Shepherd. Escrita mientras sonaba P!nk Nobody Knows de P!ink y producto de la tremenda revelación de una pesadilla repetida entre gritos ahogados en medio de la noche.)
Libertad y soledad
(socorro)
Nacemos solos, vivimos completamente solos (tratando de disimularlo) y morimos solos. ¿Qué hay de malo en ello, por que tanto interés en que no se note?.
En la memoria 28/02/10
Hoy.
Vino
la muerte
a por ti.
Muestra
la infinita
luz de tu mar.
Embota
mi mente
en una fecha caduca.
Mesa
con sus cabellos
los surcos imaginados de tierra
que rasgan transhumantes caminos
sin retorno.
Estalla
en calma luces de crepúsculo
del último amanecer
cuando dar el paso es sencillo
si se da por ganada una vida.
Quiebra
el sedal del camino tembloroso
cabo de hilo hoy
y mañana abandono.
Y el silencio
del instante
es el quejío
del alma.
E.D.
¿Y cuando ya se ha escapado la voluntad y el miedo supura por los poros? ¿Y cuando el miedo real y el ficticio se mezclan? (Sigo hablando de mi pesadilla, que es real).
Creo que forma parte de la madurez sentirse alguna vez completamente solo y tener que afrontar los miedos (sean reales o ficticios) con una sola arma: la voluntad