El otro día, David tuvo que viajar a la ciudad en la que estudió la carrera. Por supuesto, había estado allí en muchas más ocasiones después de los años de doctorado, pero siempre eran visitas muy rápidas para realizar alguna gestión, por alguna cita en el médico o para hacer algunas compras en algunas tiendas en las que siempre encuentra lo que busca. Sin embargo, David hoy ha terminado sus compromisos pronto y ha decidido dar un paseo por las calles que le acompañaron durante años. Sin saber muy bien hacia dónde iba, el paseo le ha llevado a la plaza donde se encontraba la facultad cuando estudiaba y, de forma mecánica y pese al frío, se ha sentado en un banco próximo. Los ojos de David han contemplado la conjunción del edificio antiguo con otro más moderno por el que tantas veces entró a las aulas y a la biblioteca del departamento y, casi sin querer, David ha ido repasando, en una mezcla pausada y acelerada, el primer día, en el que fatalmente entró tarde en clase, ese otro día en el que la concesión de una beca le certificaría que podría contar con el dinero suficiente para realizar los estudios de posgrado, los ratitos aprovechados para tomar una cerveza en la terraza cercana en esas deliciosas tardes de primavera o los momentos en los que salía radiante con su novia cogidos de la mano y ajenos a todos los problemas del mundo. David se ha levantado del banco y se ha dirigido caminando al barrio en el que estaba su primer piso de estudiante. Aunque el acceso ha cambiado bastante, la calle en la que vivió se ha mantenido casi idéntica, con los lógicos cambios en los comercios, algún portal reformado, alguna fachada renovada pintada de otro color. Se ha parado delante del número 11 y, casi sin querer, se ha atrevido a pulsar el botón del 1.º G en el portero automático. Después de balbucir una excusa tonta, le han abierto la puerta y él ha subido por los escalones de terrazo barato. Le esperaba en la puerta semiabierta un jovencito de unos veinte años. David le ha contado una historia abreviada que ha parecido convencer al muchacho, que le ha dejado entrar en la casa. La vivienda sigue siendo un piso de estudiantes, pero David se ha sorprendido al verla totalmente envejecido. Luego lo ha pensado y le ha parecido lógico: han pasado muchos años, muchos jovencitos, muchas vidas desenfadadas y despreocupadas por lo que no es suyo más allá del plazo convenido. La cocina ha sido enriquecida con unos armarios nuevos y electrodomésticos relativamente decentes. David ha pedido al chico permiso para entrar en su antigua habitación, que le ha dejado unos momentos de intimidad y le ha dejado solo. David ha sentido una experiencia agradable con la luminosidad del cuarto. Los muebles son diferentes a los que él tenía, pero igualmente viejos, con un somier y un colchón dispuestos a torturar la espalda y una mesa demasiado alta que cojea. La sorpresa se la ha llevado David al darse la vuelta para salir de la habitación. Tras la puerta, la misma estantería que él llevó de casa, hecha de módulos ensamblados con metal. David ha recordado el momento en el que la montó, que acabó con un pellizco tremendo que le provocó una herida sangrante y mal curada. David ha sentido retroceder muchos años y le ha venido a la memoria la primera vez que durmió en su piso, tras el sorteo de habitaciones en las que se llevó la mejor de todas, la más grande y la mejor iluminada. La ciudad estaba en fiestas y tocaba El último de la fila. Como si algo hubiese removido la memoria, ha visto al joven esperando pacientemente en el salón. Le ha dado las gracias y ha salido otra vez más y definitivamente por esa puerta. Ha recorrido los veinte minutos hasta el aparcamiento, ha cogido el coche y de nuevo, una vez más, David ha vuelto, una vez más, a la rutina de su vida.
(Imagen de Dafni Douma.)
Como dice Ciudades y pisos de estudiantes……………
Gracias a Google os mando la fachada de la casa de azulejos donde viví en Terrasa un tiempo (cuarto piso) trabajaba por las mañanas . Las tardes cogia el tren para barcelona , la estación está enfrente, eran unos 45 minutos de viaje.
La ciudad estaba en fiestas y tocaba El último de la fila…
Me gusta El último de la fila y me gusta la historia de David.
Para mí, subir a ese piso habría sido una patada en el estómago; de esas que sólo el pasado te puede dar.
Esta fue mi casa donde nací y viví durante 11 años. He pasado por delante muchas veces, pero la puerta del portal ahora siempre esta cerrada. Algún dia subiré al piso y pediré que me dejen entrar para verlo. Han tirado algunas casas próximas como la de Manolo, donde iba a por vino y habia una placa en la fachada recordando a un ilustre procer,
Cuando edifiquen nuevas viviendas,no la volveran a poner . En su lugar, pondran otra que no será de marmol,y que dirá . En el lugar que ocupa esta casa vivió……