Si objetivando el pasado caemos en la falacia de construirlo de nuevo y, por lo tanto, mejorarlo o empeorarlo y objetivando el presente no hacemos sino establecer un punto de referencia relativo y, por lo tanto, titubeante y mentiroso, objetivar el futuro es, más que una actividad en sí misma, un oxímoron. Sin embargo, la proyección vital hacia el futuro es una actividad subjetiva y objetiva. Subjetiva, por la necesidad existencial de acotar la parcela de nuestra vida más allá de lo vivido; objetiva, por el cálculo de probabilidades de lo que acontecerá en el futuro según los datos inmediatos de que disponemos para resolver una ecuación que, en el fondo, quizá sea más una aporía. Los datos del futuro son los que son de la misma forma que la casa se construye sobre un plano y los muros y tabiques todavía no tocan el techo pero se levantan de forma inexorable hasta llegar a él. Así nuestra vida.
En el caso particular que ahora nos ocupa, el futuro vital y personal, siendo todo lo incierto que es algo que todavía no existe, constituye una bola de nieve que se va expandiendo y que, sea en forma de certera rotación, sea en forma de avalancha, está condenada a estrellarse contra algún muro. Es cierto que hay calcular el desnivel y la sinuosidad del terreno, que permite errores de cálculo. Es cierto que caben posibilidades de una ráfaga de fuego divino que lo derrita. Pero, como decíamos más arriba, todo eso cae en el terreno de las probabilidades escasas y, por lo tanto, estadísticamente despreciables. Es muy difícil comprender que algunas personas no intenten construir su futuro desde la realidad del presente. Es todavía más difícil de comprender por qué algunas personas, con el agua al cuello, no tienen una necesidad homeostática de volver a respirar y, por lo tanto, de luchar para no ahogarse. Y es imposible comprender cómo algunas personas circundantes ven a estos seres queridos en el límite de los límites y, aparentemente ajenos a ellos, siguen gozando de los lujos y actividades selectas sin proteger aquello que dicen que quieren. Quizá sea no querer mirar. Quizá sea no enfocar la visión hacia las cosas que los demás no dicen
Marchando por otro terreno, las situaciones de futuro están marcadas por todo lo malo de una situación general de caos, que ahora llaman crisis. Vivimos en un país en el que se menosprecia el esfuerzo y el trabajo. Con el título académico de mayor grado debajo del brazo, con toda una vida de esfuerzo y horas robadas a casi todo. Con el paso de cribas y cribas de agencias de acreditación que avalan el trabajo realizado, algunas instituciones ofrecen contratos basura realmente mal pagados. Contratos que, en un principio, nacieron para personas con otras edades y otras circunstancias y que ahora otras personas, con otras circunstancias vitales y académicas, están obligados a sufrir y, además, a agradecer.
El futuro se construye con diferentes retazos de pasado y de presente mezclados con el azar, ese magma confuso y no tan cierto, pues la vida se construye más con causalidades que con casualidades, por mucho que nos gusten estas últimas. En el fondo, nos preguntamos: ¿hacia dónde vamos cuando no se puede ir a ningún sitio? ¿Qué terreno queda cuando no se puede mirar con nostalgia el pasado, el presente es un terreno que tiembla y el futuro es un trozo incierto de destino que acaba de forma inexorable en el abismo?
(Imagen de Francesco Delatorre.)