Olvidábamos en el tres todo lo que tiene de perfecto y de epifánico porque nos interesa resaltar la pura materialidad del cuatro, acopio de tierra, agua, fuego y aire sobre lo que se sujetaba todo lo que somos, según el sabio de Agrigento. El cuatro como búsqueda extensa de lo que, compuesto, va más allá y traspasa la realidad para ser ella misma.
Juegos de manos para esconder, juegos de manos para maravillar. Esperando que los sentimientos puedan licuarse para dejar las pulpas aparte de forma aséptica, industrial. No hay más número de candilejas y luminarias que una proporción exacta dividida en la magnitud de los escenarios en los que se representan los cuadros de costumbres, que no tienen por qué ser de verdad, sino en los que cabe lo onírico en lo que se esconde el final de un peldaño de la escalera que asciende a los cielos de los cielos por los siglos de los siglos. Las esperas se hacen eternas porque meditamos en los gestos que pueden suceder y que no acontecen. Querer es poder por propia voluntad. O por el forro de los cojones, que nunca son mancos. La vida no se descubre, sino que se inventa. O no se inventa, sino que se descubre. Y entre el discernimiento de los verbos, nos quedamos mutilados.
(Imagen de Nicholas_Gent.)