Antes de empezar, una advertencia: si no leísteis esta entrada publicada en 2008, mejor que abandonéis el post de hoy, ya que la historia parte de ahí y, sin ella, no tiene misterio. Hago solo un brevísimo resumen para retomar alguna de las ideas expuestas: la tradición añade un cuarto rey mago a la lista de Melchor, Gaspar y Baltasar: Artabán, un rey que «se perdió por el camino». Pues bien: todos, más o menos, seguimos un camino, pero a los pusilánimes y dubitativos siempre nos queda la gran duda de si vamos por el camino correcto, de si nos hemos despistado o de si no cogimos el desvío a tiempo. Si, además de pusilánimes y dubitativos añadimos la nula capacidad de orientación (quizás una cosa lleve a la otra, o viceversa), la cosa se pone fea de verdad. Y viene esto a cuento de las investigaciones llevadas a cabo por Laura Carslon, profesora de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EE. UU.) que le ha dado vueltas (je, je) al asunto de perderse en los edificios (véase la referencia aquí).
Lo he leído y me hace mucha gracia porque yo me pierdo en todos los sitios: voy a una ciudad en la que he vivido durante dos años y me pierdo como un recién llegado; circulo por una carretera muy conocida y me paso siempre la salida correcta; tengo que llegar a una calle determinada haciendo un atajo conocido por todos por mí y acabo en el quinto pino. Y, lo más gracioso: trabajo en una facultad cuadrada en la que tengo que dar vueltas y vueltas para llegar a mi destino. Las razones, según Carslon, aplicadas a los edificios son la experiencia, las habilidades de inteligencia espacial que uno tenga y la capacidad de establecer buenos referentes mentales de señalización. Como ya he dicho que tengo muy poca inteligencia espacial (en los test que nos hacían de pequeñitos sólo les faltaba poner, al lado de la puntuación, un emoticono con una carcajada :D); el establecimiento de puntos de referencia es para mí muy complicado, dado mi inveterado despiste en las cosas cotidianas (no así en las importantes); la experiencia y el secretario de uno de los departamentos han colaborado recientemente a que este desmadre espacial no me ocurra todos los días (de cara una futura emergencia, hay un color de pintura diferenciada según pisos, a la que yo hubiera añadido una distinción por rincones).
En definitiva: que quizá Artabán nació antes de tiempo. Que yo agradezco enormemente el invento del GPS. Y que, en ocasiones, las estrellas que iluminan nuestros caminos no son suficientes. Nunca suficientes.
(Imagen de zac mc.)
Creo que carezco totalmente de imaginación espacial o de inteligencia espacial (no soy capaz de imaginarme ningún diseño, «ver» como va a quedar una habitación antes de ser amueblada, en clases de COU de dibujo lo pasaba fatal, era incapaz de «visionar» nada de lo que me pedían). En cambio en las ciudades desconocidas me oriento enseguida, soy capaz después de muchos años de volver a un lugar exacto sólo gracias a la «memoria visual», y no me suelo perder en los edificios grandes. De todas formas eso de las inteligencias da para mucha discusión, hay tantas y tantas maneras de entenderlas como personas.
Lo importante no es si uno se orienta bien o no, es si sabe a donde va o como yo no tiene ni puta idea de donde le llevan sus pasos. Ese es el tema.
Y se me olvidaba: este despiste a la hora de encontrar me ha brindado la maravillosa posibilidad de perderme en las bibliotecas y encontrar en las estanterías libros que nunca hubiera imaginado.