Porque la vida puede condensarse en las pausadas, en las lentas canciones de amor. Porque quizás el miocardio no es parte de nuestra fisiología. Porque los muros son, a veces, blandos como la gelatina en tardes de verano y, en otras ocasiones, permanecen impertérritos ante nuestros gritos. Porque los acordes de la música son las teclas que tocan nuestra pasión. Porque los violines registran los recuerdos, el piano el presente y las guitarras eléctricas el futuro de nuestra prisión. Porque, de vez en cuando, en nuestras vidas se enquistan las palabras por el miedo a desentonar. Porque la vida es una carrera marcada por el ritmo duro que te impide respirar. Porque, en el momento más insospechado, empieza a derramarse la lluvia y tú, dudoso, dubitativo, optas por pararte, alzar los brazos hacia el cielo, levantar la cara y desafiar cada gota que te salpica el rostro. Porque las escenas de amor de las películas son tan falsas como para ser reales. Porque en los libros encuentras demasiadas cosas de las que dices, quizás alejadas de tus propias circunstancias, quizás demasiado próximas como para sentirlas ajenas. Porque te molesta mucho que haya quien confunda las líneas que escribes con el latido de tu pulso. Porque piensas que lo que escribes se limita a esparcir tus grietas a los cuatro puntos cardinales de manera personal y, pese a todo, intransferible. Porque te molesta el frío cuando sopla el viento helado, pero te agrada como pocas cosas en la vida el temblor de las calles de tu ciudad cuando permanecen –secas, quietas– a varios grados bajo cero.
Porque la vida es una larga, pausada canción del amor que a veces no comienza por el principio. Porque quizás nuestras volubilidades no provengan del sistema linfático, sino que contengan mucha más bilis de la que parece a simple vista. Porque el sistema de un solista seguido de un coro explica mucho de la manera de escribir canciones. Porque la honradez no se mide andando, sino corriendo, sino sufriendo; no a bote pronto, sino con el paso de cada tarde que uno pasa consigo mismo.
Porque hay un momento en las largas, en las pausadas, en las dulces canciones de amor que te llevan a dar vueltas y vueltas a las cosas pequeñas –dulces, pausadas– que construyen tus minutos día a día. Que son segundos: eternidades.
(Imagen de Julius Dillier.)
Ay, tengo que ponerme al día con todas tus entradas tan interesantes. Seguro que me llenan de más de tres segundos de felicidad… Besotes, M.
Buenas noches, Raúl Urbina:
Un segundo puede ser suficiente para contener una eternidad.
“Tres segundos de eternidad” es el título de la recopilación de fotografías de Robert Doisneau, que hizo Claude Nori.
Pongo un enlace:
Tres segundos de eternidad-R. Doisneau
Saludos.
P.D.: He estrenado mi primer blog. Estás invitado a visitarme
http://penelopegelu.blogspot.com/2010/12/mi-bauti…
Curioso: mi entrada de esta noche también va de segundos y eternidades.
Hola Raúl, ayer pude leer tu artículo en la revista de antiguos alumnos de Jesuitas (que no la había abierto desde que me llegó el fin de semana) y me gustó bastante, yo hace apenas 6 años que me gradué, pero los sentimientos y las situaciones a veces son muy parecidas. Se hizo muy ameno de leer.
Un saludo.